viernes, 5 de febrero de 2010

¿Tiempo de matar o morir?

15-abril-2008

Así se establece en los más recientes comunicados difundidos por el Ejército Popular Revolucionario (EPR), el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), el Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos (MRLCB) y por Tendencia Democrática- Ejército del Pueblo (que agrupa a cuatro organizaciones más).
Ahora bien, si nos atenemos a la historia, este discurso es la continuación de uno que ha sido permanente en la vida de México cuando menos en los últimos 44 años y que no aparece en los libros oficiales, cuya importancia se ha querido negar, pero que ahí ha estado y que se ha manifestado con mayor o menor intensidad, con mayor o menor violencia en distintos periodos.

Hace cuatro décadas ya había quienes anunciaban el fin del régimen, el agotamiento de las instituciones y la salida única de las armas. En paralelo, y en buena parte forzado por este tipo de expresiones políticas ubicadas al límite, el sistema político mexicano se abrió, se renovó, a veces sólo se maquilló tantito pensando que era suficiente. Las reformas políticas subsecuentes, desde la de 1977 hasta la ciudadana de 1996 fueron avances más o menos útiles para alcanzar que el conflicto social tuviera cauces electorales.

Los guerrilleros sin embargo nunca han visto que esos avances beneficien ni a la economía popular ni a la rural. Por el contrario, ellos dicen sólo defenderse de una violencia original -económica, política- generada por el Estado y sus instituciones y que, en todo caso, su violencia no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar una vida mejor, así como un mecanismo de defensa ante agresiones caciquiles y regionales.

Por su consecuencia con principios ideológicos rígidos –que rechazan por principio la democracia representativa- y por la necia realidad de pobreza y marginación que se da principalmente en el campo es que todavía en el país hay focos insurgentes, cuyas dimensiones no parecen ser una amenaza para la seguridad nacional, pero que en tanto expresiones genuinas de hartazgo de un importante sector de la sociedad debe ser tomados en cuenta.

Las formas de enfrentarlos desde el gobierno pueden limitarse a darles un manotazo para aplastarlos, pero dejando intacta la inconformidad, como pasó después de la guerra sucia de los años 70, o modificar de raíz las condiciones de vida de los más olvidados del país. Lo cual, no sólo pasa por presentarles programas asistencialistas (Pronasol, Oportunidades, Vive Mejor, etcétera), para que medio la vayan pasando, sino mediante la transformación de fonde sus condiciones sociales y quitarles así, de raíz, cualquier pretexto para el alzamiento armado.

Comprender las razones profundas de quienes empuñan las armas no significa justificar su métodos –yo por lo menos no estoy por esa vía-, sino profundizar en el entendimiento de las complejas motivaciones de un fenómeno que es distinto al criminal, aun cuando sus violentas acciones los coloquen en ese terreno y por momentos activen los naturales mecanismos de protección del Estado mexicano.

A todo esto, ¿tu crees que ya se acabó la esperanza?

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