viernes, 5 de febrero de 2010

¿Quieres pactar con narcos?

28-julio-2009
A ver, a ver. Distingamos. Ahora que hay una corriente de opinión “ciudadana” que está a favor de que el gobierno federal pacte con el narcotráficoalgo así como una tregua, o una especie de armisticio, o acuerdos de tolerancia o respeto de mutuo reconocimiento, hay quien me ha comentado que si se extendió la mano al EPR para tratar de negociar la búsqueda de sus militantes desaparecidos, por qué no habría de hacerlo con el resto de ciudadanos mexicanos, incluídos los señores de las drogas, toda vez que la base del trabajo político es el acuerdo y la negociación. Este es un falso dilema.
Narcotraficantes y guerrilleros no son lo mismo, aun cuando a los ojos del Estado mexicano ambos transgredan las leyes con su accionar. Sus motivaciones son distintas: unas de carácter político transformador, otro, de negocio particular. El narco intimida a la sociedad (ya no sólo vende mota o cocaína, sino que extorsiona, secuestra y mata a ciudadanos de todo estrato social), los guerrilleros pretenden -por la vía armada y ciertamente ilegal desde el punto de vista de la jurisprudencia dominante- alcanzar un país mejor, más igualitario, socialista, anarquista, comunista, como quiera llamársele; ¿soñadores?, ¿ilusos?, quizá.
Su enemigo es el Estado, y a él ataca, o pretende atacar; nuestras guerrillas locales no han incurrido en actos terroristas en contra de la sociedad civil desarmada o inocente. Por el contrario, los narcos ya usaron tácticas terroristas el 15 de septiembre pasado en Morelia, Michoacán.
En el caso del EPR se involucra un posible crimen de lesa humanidad cometido por el Estado mexicano en contra de dos de sus militantes. Por lo que hace a los cárteles éstos no son víctimas de nada; son los agresores de una sociedad acorralada a su poderío militar, a su abuso armado, a su gandallez. Por eso no pueden ser casos comparables.
Pudiera estar a discusión el grado de ilegalidad de las guerrillas, analizando para ello sus motivaciones esencialmente políticas, pero jamás equipararlo al crimen organizado.
La ruptura del tejido social de una comunidad comienza en el momento en que sus integrantes toleran ciertas prácticas ilegales y las ven como parte de una normalidad.
Todos saben dónde y quién vende droga en una colonia, pero nadie se mete, por miedo o indiferencia. Al rato, el que era un secreto a voces se convierte en una situación comunmente aceptada. La autoridad es suplantada por poderes fácticos y el consumo de estupefacientes se generaliza, con una larga y ominosa lista de consecuencias para la cohesión social y familiar. La despolitización de los jóvenes se vuelve la regla.
Por eso a nivel federal no se puede reproducir este esquema de tolerancia al crimen, porque el gobierno acabría siendo rehén de esos poderes fácticos, muy poderosos, militarmente hablando; mil veces más temibles que el armamento que pueda presumir cualquiera de nuestros grupos armados políticos.
Sí creo que ha habido y hay entendimiento gobernantes y narcotraficantes. Complicidades, incluso. El PRI sabe mucho de eso. Pero que existan no quiere decir que se deban santificar socialmente.
Los guerrilleros han señalado en varios comunicados que el narcotráfico es uno de los productos más acabados del sistema capitalista que exacerba el afán de lucro y glorifica cualquier medio para alcanzarlo, de ahí que combatiendo al Estado se extermina al narco. También han dicho que la lucha contra el narcotráfico no existe, que es un pretexto del gobierno para criminalizar la protesta social.
En lo personal no creo que las cosas sean tan elementales. Se me hace que, teniendo la razón sólo parcialmente, tal explicación resulta igual de simplista que la de AMLO, cuando dice que no hay que combatir narcos, sino darle educación y trabajo al pueblo, pues a final de cuentas los que trabajan para los cárteles lo hacen por carecer de empleo. Esto sólo es sacarle la vuelta al problema y esquematizar un fenómeno mucho más complejo cuya motivación principal no es el hambre.

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