viernes, 5 de febrero de 2010

Doña Bandera

24-febrero-2009
Hoy cumple años doña Rosario Ibarra de Piedra, por lo que es, como ella dice de sí misma, “Doña Bandera”, al haber nacido un 24 de febrero. Su figura polariza: se le ama o se le rechaza, pero todo mundo la respeta.
Entra de manera dolorosa al activismo político, tras el secuestro y posterior la desaparición, en mayo de 1975 de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, “El Intro”, integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Lo detienen agentes de Dirección Federal de Seguridad, al mando de Miguel Nasar Haro. Nada se vuelve a saber de él y comienza la búsqueda de esta madre.
Deja de ser la señora de clase media alta, que se codeaba con “la gente decente” de Monterrey (“Yo cargué de bebé a Fernandito Elizondo”, contó en alguna ocasión), y era esposa del respetado doctor Jesús Piedra, para lanzarse a organizar a todas las demás madres y familiares de desaparecidos de la “guerra sucia”, en 1978, tras una huelga de hambre en las rejas de la Catedral Metropolitana.
“¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, es desde entonces el lema de lucha del Comité Eureka. “Si cometieron delitos que los juzguen, pero nadie tiene derecho a privarlos de su libertad”, reitera a viva voz.
Su tenacidad, tozudez y capacidad de trabajo la vuelven icono de ese movimiento de madres, que durante tres décadas han sido el dolor de cabeza de los funcionarios en turno, incapaces, por ineficiencia o dolo, de darle razón sobre el paradero de su hijo y de los demás muchachos que fueron víctimas del delito de desaparición forzada. Han encontrado a 164 jóvenes, pero no a Jesús.
Pronto elige el camino de la política para mantener visible la lucha de los desaparecidos y se vuelve candidata a la Presidencia de la República, por el troskista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y no deja de estar vinculada a partidos políticos de izquierda desde donde se mantiene vinculada a las causas de los derechos humanos.
Su lucha mantiene vivo el tema de los desaparecidos, pero le ha acarreado represalias. A su esposo, el doctor, le destrozaron la espalda en un operativo. Pero sigue.
Luchona, entrona, férrea, necia, terca, no parece tener nunca descanso y parece ubicua. Cuando otros ya han bajado la guardia, se han vendido o nada más se cansaron, ella sigue, encabeza marchas, recibe gente, usa sus puestos para mantener su búsqueda.
Búsqueda que, contrario a lo que parece, ella suele decir que no está animada por el odio, sino por el amor a su hijo. “Si hubiera odio en nosotros hace mucho que ya no estaríamos aquí”, le dijo ella hace poco a un ex secretario de Gobernación con el que tuvo que coincidir en una comida, y quien, tímido, no sabía cómo acercarse a ella. “Yo no odio”, le reiteró, y se le vio darle un abrazo.
Hay organizaciones de derechos humanos y militantes de la izquierda a las que no gusta la hegemonía que, dicen, tiene, respecto de estos temas. La respetan, pero en corto y en voz baja la ven como quien pretende monopolizar, vetar y palomear a las organizaciones que sí valen y las que no. "No se vale; no es la única".
Suele ser identificada por los órganos de inteligencia nacional como un eslabón de grupos guerrilleros activos con organizaciones de la sociedad civil. De vieja payasa no la bajan. "Ha lucrado con el tema de los desaparecidos. Va de puesto en puesto."
Sin embargo, se sabe que en no pocas ocasiones su labor ha sido contraria, la de disuadir a jóvenes radicales de irse por el camino de las armas. “México no necesita guerrilleros muertos, sino luchadores vivos”, suele decir. Es, otra vez contra la creencia popular, la primera en desanimarlos.
Sí fue, y nos consta, el primer eslabón entre historiadores y periodistas con guerrilleros de los años 70 que nunca habían dando su testimonio y que sólo por sugerencia de ella le perdieron el miedo a las grabadoras y comenzaron a hablar de su experiencia en la guerrilla. Muchos le dicen “mamá”. Ella ha sido importante para que esa historia se conozca y no haya quedado en el olvido.
Vinculada al EZLN después de que este salió a la luz pública en 1994, fue un motor importante de la presencia indígena en la agenda política nacional. Con el tiempo rompe con el Subcomandante Marcos, cuando decide optar por la lucha electoral dentro del PRD, al lado de Andrés Manuel López Obrador, con quien no simpatizan los neozapatistas.
“Ella piensa que así puede recuperar a su hijo”, dijo resignado Marcos en el libro Corte de Caja, al hablar de la ruptura del EZ con los intelectuales de izquierda del país.
Aparte de senadora por el PT, es, a petición del EPR, integrante de la Comisión de Mediación que coadyuva en la búsqueda de Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez, donde ha jugado, nos dicen, un papel sereno y equilibrado, todo lo contrario a su imagen pública, de discursos incendiarios y devastadoramente críticos.
Gusta de los aperitivos con coñac. “Es que soy de presión baja, hijo”. “¿Presión baja? ¡Ya quisiéramos su presión para tener su vitalidad a nuestra edad! Hace las marchas de principio a fin; lo que a veces muchos compañeros de menor edad no pueden”, le acaba de decir Alejandro Encinas a la doña cuando pidió su copita hace poco en un encuentro.

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