02-febrero-2010
En estos tiempos de polarización social tenemos que ser muy cuidadosos con la forma en que decimos las cosas. La semana pasada se publicó en un periódico capitalino un desplegado de cuarto de página titulado “Declaración de Guerra”, firmado por el Movimiento Guadalupano Mexicano (MGM).
En dicho texto se convoca a una “nueva Revolución” que permita enaltecer a la nación, ante el avance de todo aquello que desde su punto de vista representa una descomposición social: tolerancia al aborto, a los matrimonios gay (eufemísticamente lo llaman quitarle la oportunidad a los niños de tener padre y madre), al homosexualismo, a la eutanasia, a las burlas a la Iglesia, a los secuestros, a la pornografía, a las parrandas (sic), al alcohol y las drogas, a la violencia, a la pederastia, a la infidelidad.
Siguen enunciando otros males de México como los monopolios, la piratería, violaciones a Derechos de Autor, que se corrompa a empresarios y funcionarios públicos, que se abuse de los recursos naturales, que se aumenten los precios, que se solape a sindicatos, que se asesine a mujeres inocentes, entre otros.
Y concluye su lista de males con que seamos indiferentes “o cuestionemos este mensaje”.
En el último párrafo aclara que la Revolución a que se convoca es la Revolución de nosotros mismos en el espíritu; la posibilidad de mejorar el alma. “¡Hagamos la guerra contra nuestra propia mediocridad!”.
Independientemente del legítimo derecho que tiene el MGM de hacer profesión pública de lo que no le gusta de la sociedad, resulta delicado (- y sí, estoy cuestionando su mensaje-) hacer declaraciones de guerra, así sean declarativas, o con propósitos enfáticos, pues la ambigüedad de los términos no resulta, en los hechos, inocua.
Mucho menos cuando en México la semántica revolucionaria en el contexto de disputas ideológicas y religiosas suele remitirnos a sangrientos periodos de lucha entre mexicanos. Debemos recordar la Cristiada, con su grito de ¡Viva Cristo Rey!, o peor aún, las guerrillas paramilitares de los años 60 y 70, como el Movimiento Unificador de Renovada Orientación (MURO) o los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara, que desde una posición confesional se propusieron detener, por las armas y con violencia extrema, el que consideraban avance del comunismo, representado por los grupos guerrilleros de la época.
¿Qué nos garantiza que los más radicales y fundamentalistas defensores del credo religioso no asumen estos llamados a la guerra como avales morales para ejercer la violencia contra todo lo que nos les parece correcto en la sociedad? ¿Quién, de parte de la Iglesia, los va a controlar? ¿Quién aclarará que este desplegado no es un llamado al odio?
Cuando líderes políticos o aun guerrilleros de izquierda hacen declaraciones de guerra, suelen apelar a los sentimientos más que a la razón; al impulso, más que a las ideas. Buscan sacudir a la acción, a la toma de las armas, aun cuando saben que eso subvierte el orden social que precisamente buscan modificar. ¿Es el caso del MGM? Si es así, debe decirlo claramente.
Matizar con un final exhorto a la revolución del alma no enmienda el mensaje central de hacer la guerra, lo mismo a corruptos y secuestradores, que a homosexuales y abortistas, como si fueran la misma cosa.
No es lo mismo hacer un llamado desde el púlpito a la feligresía para que no adopte un estilo de vida que desde esa perspectiva es condenable, de tal manera que quede en la conciencia de cada quién asumirlo o no, que hacer un ambiguo llamado público a guerrear (muy cercano a repudiar y a agredir) a quienes considera fuera de la Iglesia.
De entre todos los males que enuncia el desplegado, no aparece ningún llamado a la tolerancia o a la prudencia, ni siquiera a la oración, lo que hubiera sido un buen complemento a su declaración de guerra.
martes, 9 de febrero de 2010
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