viernes, 5 de febrero de 2010

La Reina de Scherer

16-octubre-2008
Acabo de leer La Reina del Pacífico, una larga entrevista realizada por don Julio Scherer con Sandra Ávila, acusada de ser una de las operadoras más importantes del cártel de Sinaloa, quien fuera detenida el año pasado junto con su pareja Juan Diego Espinoza Ramírez, alias El Tigre, de la misma organización criminal.
Salvo algunas frases muy literarias que el periodista pone en boca de la detenida, que no concuerdan con su condición académica ni cultural, y que suena poco creíble que ella las haya pronunciado (algunas metáforas, frases reflexivas de introspección), el resto del texto es útil para acercarse un poquito a la cultura del narco, a sus estructuras mentales, a su frialdad, a su cinismo, a su poco valor por la vida humana en aras de defender su negocio.
La entrevistada se defiende, por supuesto. Dice que cruzó ése pantano, se metió, chapoteó, hizo buches, gárgaras, pero que nunca se manchó el plumaje, que es inocente de todo lo que se le acusa (delincuencia organizada, lavado de dinero, etcétera). Que ella no tiene la culpa de haber nacido en ese entorno ni de haber conocido a todos los capos modernos del tráfico de drogas. Que nació rica y que el malvado es en realidad el presidente Felipe Calderón, quien abusó de su poder para dejar caer sobre ella, pobrecita y frágil, todo el peso del Estado.
Eso lo tendrán que juzgar las autoridades. Lo interesante para nuestros efectos es la sucesión de asesinatos, venganzas, secuestros, traiciones, robos, atentados, consignas, complicidades, odios y todas sus variantes que, de acuerdo a su relato, se dan entre miembros del narcotráfico y sus cómplices, sean policías, funcionarios o gobernantes, quienes gozan de riquezas incalculables, pero siempre de manera efímera, siempre bajo el sino de un fin trágico, prematuro.
Es absurda la relación de muertes que relata Sandra Ávila. Si ya de por sí el árbol genealógico de los señores de la droga es equivalente en promiscuidad y complejidad al de la Biblia (“Y Félix Gallardo engendró a…. y Amado Carrillo fue sobrino de Neto Fonseca, y éste a su vez, dejó como descendencia equis número de sicarios, cada uno con su cártel…” y así hasta le infinito), acá todos se matan entre sí haciendo inabarcable el mapa de las venganzas.
Como en una pesadilla circular, todos se odian, todos compiten y al final de su absurda existencia, mediante alguna absurda muerte, el ciclo vuelve a comenzar con sus sucesores, para acabar de nuevo en la cárcel o en la fosa, después de disfrutar por unos años millones de dólares. Nadie vive tranquilo, todos huyen, todos escapan. Todos acusan, todos se vengan en una orgía de sangre sin fin.
Desde afuera, desde nuestra cotidianeidad de ciudadanos comunes y corrientes, aquello no parece que sea vida. Es una estructura mental diferente, que no tiene nada qué ver con la escala de valores más o menos “normal” de la sociedad. Y es cuando uno entiende por qué decapitan y torturan sin remordimiento, y se aclara, como proceso lógico, el que su siguiente paso fuera lanzar granadas en lugares públicos y, peor todavía, que son capaces de más atrocidades de aquí en adelante.
Sus muertes no tienen nada de heroicas. Al seguir a la guerrilla, uno escucha discursos de amor patrio, socialista, caudillos perseguidos, martirologios particulares, redenciones sociales a través de la sangre propia, ofrecimientos de muerte en nombre de la causa proletaria y la liberación del pueblo, quizá erróneos, quizá mal encauzados, pero siquiera con un fin pretendidamente noble.
Aun el terrorista suicida que se cuelga al cuerpo una carga de explosivos y en nombre de su divinidad se mete a una mezquita, a un camión o a un mercado a atacar al enemigo, y que busca de esta manera pasar al codiciado coro de ángeles del cielo, persigue lo que cree es un bien más alto. Mata, destruye y crea un dolor que él piensa que de alguna forma redimirá al mundo.
Acá, en el narco, ni siquiera eso; no hay ideología. Todo gira en torno al negocio, a las utilidades, a salir vivos el día de hoy, que ya es ganancia, a vivir intensamente porque esto se acaba, y muy pronto. Quien se mete no sale.

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