martes, 9 de febrero de 2010

La izquierda y Volpi

21-enero-2010
Como todo buen ensayo, el libro “El insomnio de Bolivar”, de Jorge Volpi, es fuente provocadora de ideas y contrarréplicas. En sus 259 páginas el texto ganador del Premio Debate/Casa América cuestiona muchos de los fundamentos del tan anhelado sueño bolivariano de unidad latinoamericana y cómo, desde su punto de vista, tal deseo es, ha sido y será, inalcanzable.
Comparto su pragmatismo diplomático al considerar como artificial una idílica comunidad de naciones unida por lengua, cultura, economía y política, que nunca se ha dado en nuestro hemisferio. Coincido plenamente en su conclusión de que América Latina requiere de una izquierda crítica, alejada lo mismo de Washington que del socialismo chavista para remontar la grave crisis económica resultante de años de neoliberalismo.
Sin embargo, creo que subestima y esquematiza hasta el absurdo el potencial revolucionario de la izquierda latinoamericana para participar en dicho proceso. Volpi parte de la idea de que si en la década de los 70 hubo guerrillas, fue porque también hubo dictadores a los cuales oponerse. Y si hubo dictadores fue porque Estados Unidos los apoyó como dique en América Latina al comunismo soviético.
Es decir, todo fue producto de la Guerra Fría: los gorilas fueron apoyados por los gringos y los guerrilleros por Cuba o la URSS. En el momento que cae el Muro de Berlín y domina en el mundo la visión reaganiana de la economía y las relaciones internacionales se acabó la lucha, se fueron los dictadores y, con ellos, los guerrilleros.
En tan esquemático planteamiento se ignoran dinámicas sociales y de pobreza de los pueblos latinoamericanos, e incluso que hubo un país cuyas guerrillas no fueron manipuladas desde La Habana o Moscú: México, cuyo movimiento armado socialista ciertamente admiraba el modelo cubano y soviético, sin jamás obtener de ellos el apoyo deseado.
Siguiendo la lógica de Volpi, el último movimiento guerrillero regional digno de ser mencionado como tal, fue el zapatista de 1994, que se opuso al TLC norteamericano y colocó en primer plano de la agenda nacional y mundial, dice, la cuestión indígena.
“A partir del 2000, cuando México al fin celebró unas elecciones libres, Marcos perdió el rumbo y condujo al EZLN a una deriva radical que terminó por desacreditar sus conquistas previas. A 15 años del estallido de Chiapas, el EZLN ha perdido toda visibilidad, Marcos se ha convertido en un actor público irrelevante y, lo que es más grave, en México la cuestión indígena ha vuelto a la oscuridad previa a 1994”.
Aquí creo que el autor confunde el inicial y ruidoso despliegue mediático del poeta-guerrillero, con el movimiento social subyacente, que perdura y se incuba en la selva Lacandona, vía los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas y las Juntas de Buen Gobierno, que sin ser ciertamente de gran impacto mediático nacional, delinean nuevas formas de relación comunitaria, acaso mejores que las existentes en la actualidad, y cuyos límites y alcances sólo se podrán medir con el tiempo.
El error es común. La desaparición mediática del Subcomandante Marcos suele confundirse con la anulación del zapatismo como movimiento social. Falso.
Sí comparto la idea de que la cuestión indígena ha sido postergada, incluso por quienes desde la misma autodenominada izquierda se enamoraron del icono de Marcos y ahora lo ignoran o hasta reniegan de él.
Volpi lamenta que después del EZLN la izquierda continental haya renunciado a su potencial revolucionario y sólo ha podido oponer a los estragos del neoliberalismo salvaje unos cuantos gobernantes populistas de izquierda (Evo, Correa, Chávez), de dudosa vocación democrática al sentar las bases de reelecciones indefinidas a favor de sus personas y partidos, y no de sus pueblos en general.
Cuenta dentro de esos líderes populistas a los que no llegaron a ser gobierno, como Andrés Manuel López Obrador en México y a Ollanta Humala, en el Perú.
Considerar, sin embargo, que ésa es toda “la” izquierda latinoamericana parece estrecho. Fuera de tales caudillos hay mucha izquierda, mucho más radical y propositiva, que se encuentra fuera de los esquemas tradicionales de la democracia electoral, que se está manifestando vía movimientos sociales autogestivos, con reivindicaciones campesinas, medioambientales, sindicales, anarquistas, de género y de derechos humanos, entre otros.
América Latina hierve. Se mueve. Está lejos de la pasividad o inmovilismo que sugiere Volpi; ni está sólo a expensas de caudillos dispuestos a perpetuarse en el poder. Como el mismo autor reconoce, nuestro hemisferio es uno de los más maltratados por la aplicación neoliberal de la economía, y, por lo mismo, pensamos, uno de las que más activamente está buscando, por vías no tradicionales, su sobrevivencia.
Cierto: no son movimientos homogéneos, viajan más bien desarticulados, aunque a nivel local suelen estar a la alza, con reivindicaciones sociales de vanguardia.
Incluso, para noticia de Volpi, sigue habiendo guerrillas. Ya no en oposición directa a dictador alguno, ni con dinero cubano, sino como manifestación continuada en el tiempo de condiciones de pobreza extrema que no han dejado de estar presentes en nuestras sociedades.
Cierto: el ideal bolivariano de unidad continental es una utopía. Lo que no hay que descartar es que las izquierdas nacionales puedan ser capaces de trascender la era de los caudillos y de generar movimientos sociales sólidos, diferentes, con fuerte base social, que tomen como plataforma reivindicaciones sociales y económicas muy concretas, muy locales, y desde ahí contribuyan a generar condiciones para un mundo menos desigual.

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