04-agosto-2009
Nunca conocí personalmente al joven politólogo, abogado en Derecho, Jorge Kristian Bernal. El miércoles pasado, como a las 6 de la tarde, hizo llegar a la Subdirección de Opinión de El Universal un texto propio, sobre el costo-beneficio para el Partido Verde de infringir la ley.
Buenas recomendaciones previas y un texto correcto nos hicieron tomar la decisión de considerarlo para su publicación en el diario en los días por venir.
Media hora después, Ricardo Raphael, el subdirector, me comentó que por una de esas cosas raras del periodismo, estaban dadas las condiciones para su publicación inmediata en uno de los espacios de las páginas editoriales que hay para textos de coyuntura y de la sociedad civil. Cinco minutos después estábamos Kristian y yo hablando por teléfono sobre detalles del artículo (adjetivos y extensión). A las 20.16 horas envió la versión final de su texto, que fue publicado el jueves. Quedamos de vernos la siguiente semana, o sea ésta.
Volví a saber de él la mañana del mismo jueves. Había muerto víctima de un balazo en un intento de asalto. Así de rápido, así de impactante. Un número más en las seguramente optimistas estadísticas anticrimen de los gobiernos federal y del DF, que, como es usual, mostrarán “una indudable tendencia decreciente”.
Hubo reacciones de la comunidad académica, esquelas y una sentida columna del periodista Miguel Ángel Granados Chapa, que recupera los méritos profesionales de Bernal, un currículum lleno de estudios, esfuerzos y notas que al final resultaron inútiles, truncos, por obra y gracia de un delincuente con pistola y la ineficacia de las policías.
Horas después me enteré de otro caso similar. Un humilde trabajador, éste sin grandes notas curriculares ni estudios en el extranjero, pero al que le costaba literalmente sangre y sudor ganar cada semana su raya, fue víctima de un intento de asalto al camión foráneo en el que se transportaba. Dos chavos de pandilla –así lo revelaban sus tatuajes- se subieron a quitar a los pasajeros su exigua quincena. La irracionalidad de los decididos delincuentes también dejó un enorme hueco en otra familia, que no será Martí, ni Vargas, pero que en términos de vidas humanas valen lo mismo.
¿Dos casos relativamente cercanos en un par de días? (más lo que uno lee cotidianamente en la prensa), ¿no es mucho? ¿Nos tenemos que acostumbrar a vivir con eso?, ¿me tengo que poner en su lugar y temer por mi familia? Sí, por supuesto.
El jueves pasado abogué en este espacio por el respeto a los derechos humanos de todos los mexicanos, incluso los delincuentes. Sigo pensando lo mismo. No será torturando a los criminales, vejándolos, saciando nuestra indignación inmediata como se resolverá el problema de fondo, que es económico, ciertamente, pero también social, de seguridad pública, de corrupción, de connivencia, de perversión judicial.
Por lo pronto, en un mismo fin de semana Felipe Calderón y Marcelo Ebrard, por igual, comparten la responsabilidad de que el país se haya quedado sin dos gentes trabajadoras y estudiosas, y sí con cuatro delincuentes en las calles. Una vergüenza.
viernes, 5 de febrero de 2010
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