viernes, 5 de febrero de 2010

Cómo los odio

21-abril-2009
Tema difícil, pero indispensable es el de la moral y la violencia política, el de los límites de la acción revolucionaria a la luz de un mínimo de reglas éticas.
Esta reflexión surge despuiés de la lectura de El Discurso el Odio (Taurus 2005) del polémico filósofo francés André Glucksmann, quien repasa las acciones terroristas de los últimos tiempos, como un furor de odio estéril. Subrayé varios párrafos que me parecen interesantes para inciar una discusión:
“Yo llamo terrorista al ataque deliberado llevado a cabo por hombres armados contra poblaciones desarmadas. Es terrorismo la agresión urdida contra civiles en tanto que civiles, inevitablemente sorprendidos y sin defensa. Que los que cogen rehenes y los masacradores de inocentes vayan vestidos de uniforme o no, empleen armas blancas o no, no cambia nada. Que enarbolen ideales sublimes tampoco cambia nada. Sólo cuenta la intención declarada, operativa, de acabar con cualquiera”.
“El odio multiplica por diez el miedo que difunde. Tomo rehenes, les corto la cabeza, los exhibo; los que imploran clemencia deben dirigirse a sus gobiernos, únicos y verdaderos responsables de mis crímenes”.
“Sin principio ético, no hay política a largo plazo. Moral y política no se disocian”.
“La razón quiere decidir lo que es justo, la cólera quiere que parezca justo lo que ella decide”.
“El odio es el arte de conservar, alimentar, engordar una cólera, a base de contarse historias horribles”.
“El furor del odio es una estado de ingravidez ética”.
“Violencias e infiernos no engendran, al final de la noche, edenes y paces”.
Glucksmann se refiere sobre todo a terroristas tipo Al Qaeda, ETA o los suicidas islamistas. Durante varios capítulos pasaron por mi mente los esfuerzos de nuestras guerrillas mexicanas por no realizar actos terroristas, y para que sus ofensivas militares no lesionen inocentes. Se percibe un intento por normar la lucha con un contenido humano, si es que esto es posible.
Suelen referirse a que se acogen a la Convención de Ginebra, en tanto partes en guerra, lo que sirve, por ejemplo, para normar el trato de los prisioneros en batalla.
Pero también vinieron a mi mente los comunicados guerilleros cargados de adjetivos y coraje, de furia y cólera. Casi no hay alguno que se salve de ello. También me recuerdo algunas manifestaciones y marchas públicas, de organizaciones sociales y civiles abiertas, en las que algunos de sus integrantes destilan un odio (odio, no enojo) hacia el gobierno , las policías o los militares. Y no porque no lo merezcan, sino porque la forma de hacerlo supera, a mi entender, un encabronamiento social inteligente.
Fuera de las filas guerrilleras recuerdo en especial el caso que me impactó, de una chava, muy joven, del movimiento lopezobradorista en 2006, tirada en avenida Juárez, llorando de impotencia por no poder convencer a los transeúntes de acabar con Calderón. “¡¡Cómo los odio, al espurio y a ustedes¡¡¡”. Gritaba y lloraba con un dolor genuino, con lo que me pareció un odio auténtico.
Repaso escenas de anarquistas en saqueos o de integrantes de la APPO en Oaxaca de 2006, también. Discursos de organizaciones clandestinas llenos de disposición a destruir, literalmente, la sociedad actual, para reemplazarla con otra más igualitaria. Muerte al explotador.
Apelan a la violencia originaria del Estado, para justificar la propia. Hay un fin noble, ergo todo lo demás es permisible. ¿Todo es permisible en esa lucha? ¿daño a terceros para conseguir algo de segundos, secuestros, tortura? No creo.
El discurso suele ser apocalíptico. “El pueblo se levanta contra sus torturadores”, “Viene la venganza social de los débiles”. “Muerte a los explotadores”. ¿Están exentos de odio? No creo.
¿Se puede ser revolucionario y no ser guiado –o cegado- por el odio? También lo creo. ¿Cuál es el límite? No sé. Acaso detenerse cuando se pisa la rayita en la que la ideología se convierte en fanatismo. Cuando la razón se nubla y se encarna al contrario en enemigo, de clase, de trinchera y se pierde la noción de humanidad. Cuando se ha sobrealimentado el encono y se ha puesto en el adversario males más allá de los que realmente es responsable.
La polarización es didácticamente funcional para el discurso crítico, pero hay el peligro de que cuando se divide al mundo en blanco y negro comienza a perderse la razón y apelar a consignas más que a ideas, a personas más que a ideales. Sólo hay buenos y malos absolutos. No hay grises, no hay seres humanamente imperfectos. Sólo dioses o demonios.
Y los demonios deben ser acabados, triturados, extirpados, desaparecidos, asesinados. Ellos y los que los secundan. Muerte que redima, muerte que libere. De ahí al atentado terrorista ¿cuánta distancia hay? No lo sé, ayúdame a resolverlo.
¿Odian nuestros revolucionarios?, ¿existe el odio fecundo?

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