21-julio-2009
Conjurar la violencia política en el país y evitar un estallido social no pasa por combatir a los grupos guerrilleros vía una cacería de los aparatos de inteligencia del Estado, ni criminalizando la protesta social, sino consolidando opciones políticas serias que, desde una visión de izquierda, puedan articular un proyecto de nación alternativo, que refunde al Estado mexicano, corrija las bases del sistema económico, lo sustituya por uno moderno, y ponga en el centro de las grandes decisiones nacionales la superación de la pobreza, la desigualdad, la marginación, la injusticia y la impunidad, dentro de un clima de libertades democráticas.
Como se pudo corroborar el pasado 5 de julio, ninguno de los partidos políticos con registro oficial, de los que se asumen como de izquierda, llena tales requisitos. Carentes de autoridad moral, con amplia capacidad de movilización placera pero enormes lagunas ideológicas, PRD, PT, Convergencia y PSD salieron a “spotear” consignas cargadas de clichés y lugares comunes, así como a zancadillear a los otros partidos, lo cual les sale de maravilla. Resultado: poca convocatoria electoral y migajas de votos que no llegan ni al 16% del electorado.
La jornada comicial dejó un PRD en crisis, desprestigiado, dividido, enfrentado, no por hondas discrepacias ideológicas (carecen de estadistas), sino por intereses encontrados de sus líderes mediocres; rudos para disputar clientelas, pero incapaces de articular un proyecto de nación serio y de fondo. Tanto “chuchos” como “amloístas” caen en la misma clasificación. Todos buscaron los votos de Iztapalapa, pero nadie habló de los excesos del neoliberalismo, de la globalización o las ventajas del ambientalismo.
Vimos también a un PT y Convergencia que, ajenos a sus lejanos orígenes, se vendieron a los caprichos de Andrés Manuel López Obrador, en aras de conservar registros y prerrogativas. Encabezados por dirigentes sociales de dudosa calidad moral, como Alberto Anaya o Dante Delgado –el hijo putativo de don Fernando Gutiérez Barrios, de negra memoria para los que sufrieron los embates de la guerra sucia-, se atrevieron a candidatear a gente como Sergio Romero, “El Fish”, para la delegación Cuauhtémoc, sin reparar en que es un negro personaje de la contrainsurgencia de los años 70.
Ahora resulta que todos estos son la vanguardia de las luchas populares junto con AMLO, quien literalmente juega con sus opciones políticas entre varios partidos, gracias a su todavía fuerte bono personal entre ciertos sectores sociales, con el que logró, por cierto, que un golpeador callejero sea hoy delegado electo.
El lopezobradormismo ofrece un priísmo de los años 40, con un Estado bienestar, sí, pero bajo una organización social corporativa; con proteccionismo económico y con un liderazgo vertical dependiente de una figura presidencial iluminada y omnipotente. La izquierda carece de Lázaros Cardenas o Hebertos Castillos, pero les sobran Muñoz Ledos, Camachos Solís, Ebrards, Arturo Núñez, Monreales, los citados Dante Delgado y Alberto Anaya, Bejaranos, Padiernas, Barrales, Círigos, Arces...
Gente respetable de izquierda salió a votar en blanco y a anular su voto ante tan pobres opciones. No los culpo.
Peor todavía, cuando una voz respetable y con gran autoridad moral, como el ingeniero Cuauhtemoc Cárdenas salió la semana pasada a criticar dicha situación y a hacer todo un planteamiento ordenado de reorganización partidista, la izquierda bonita y perfumada coyoacanense se le fue a la yugular. Nada de refundaciones o revisiones críticas. Cientelas y más clientelas es lo que piden los tlatoanis del sol azteca. Nada de ideas; en su lugar, placas de taxi y puestos ambulantes.
Son los mismos que antes estaban con el movimiento insurreccional del EZLN y después abominaron de él. Izquierda hipócrita y oportunista que ya se olvidó del discurso indigenista y a la que ahora hasta le da pena mencionar la palabra socialismo. Perdonan el caudillismo de AMLO y critican el de Marcos; se ríen con las puntadas antidemocráticas del líder tabasqueño pero no quieren oir de la difícil construcción de un experimento de sociedad radicalmente democrática que se está abriendo paso en el corazón de la selva lacandona.
Mientras no haya una oferta electoral de izquierda seria y pacífica, es mayor la posibilidad de que los movimientos antisistémicos adopten formas cada vez más radicales y violentas, lo que tampoco garantiza de que de tales revueltas surja un mejor México, sino uno sembrado de muerte.
Y de eso no tendrán sólo la culpa el PAN o el PRI, sino la también la dizque izquierda mexicana, que habrá abonado con su lejanía de la sociedad y sus problemas, su cuota de culpa en un conflicto social que pudo ser evitado con inteligencia política.
viernes, 5 de febrero de 2010
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