09-abril-2009
La figura del Cristo guerrillero ha aparecido en distintos momentos de los movimientos de liberación latinoamericanos, sobre todo con el auge de la teología de la liberación, de la década del os 60 a los 80.
Desde que el sacerdote colombiano Camilo Torres se incorporó al Ejército de Liberación Nacional (ELN), luego de tener la experiencia de fundar la primera Facultad de Sociología de América Latina, fue en aumento la reflexión de que es posible reconciliar el marxismo y el catolicismo, generando una pastoral de los pobres que permeó el pensamiento revolucionario del hemisferio.
Colombia, Brasil y México, primero, y luego Nicaragua y El Salvador, dieron testimonio de distintos esfuerzos por establecer un diálogo crítico del sistema económico y social imperante, no sólo desde el marxismo clásico, sino fundamentalmente desde la fe y la palabra de Dios, tomando para ello los pasajes de la Biblia donde se reivindica la justicia social, pero sin la interpretación manipulada de los jerarcas de la Iglesia.
Se perfiló así un crsitianismo de los pobres, un discurso surgido de la realidad latinoamericana que no pregonaba la resignación ante la injusticia, ni postergaba la recompensa a la vida eterna, sino al aquí y al ahora de quehacer cotidiano.
El teólogo peruano Gustavo Gutiérrez le da estructura a este pensamiento al inicio de la década de los 70, arropado en el discurso de apertua que ofrecía la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y clausurado por Paulo VI, pero también azuzado por el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959 y el progresismo del discurso episcopal tras la Conferencia de Medellín, en 1968.
Michel Löwy (El Cristianismo de los Pobres, 1988) afirma que la teología de la liberación no fue un movimiento que fuera creado por miembros de la cúpula eclesiástica, ni de la base pobre hacia arriba, sino que fue del centro a la periferia, vía los movimientos católicos seculares, los grupos interdisciplinarios de expertos que asesoraron obispos y cardenales para el Concilio Vaticano, los miembros de las órdenes religiosas, que eran los que estaban en la primera línea de contacto social con la realidad, y sobre todo sacerdotes españoles, franceses y estadounidenses que al entrar en contacto con la pobreza de diócesis latinoamericanas fueron radicalizando su discurso.
Este flujo horizontal del pensamiento teológico es vital para entender cómo se filtra a las guerrillas, sobre todo en México, que se da a través de monjas, diáconos, curas de pueblo, obispos regionales, jóvenes católicos comprometidos, etcétera.
A finales de los años 60, en nuestro país jóvenes universitarios católicos hacen pastoral de auxilio en varios estados del país, se conocen entre sí y radicalizan sus posiciones. Es el caso de Ignacio Salas Obregón, que venía del Tec de Monterrey, y Raúl Ramos Zavala, quienes confluyen en Nezahualcoyotl y de ahí comienzan a madurar lo que en poco menos de dos años sería la Liga Comunista 23 de Septiembre. Es indispensable leer México Armado de Laura Castellanos, desde la página 184, para entender este episodio.
Por esas mismas fechas se incubaban en Monterrey las Fuerzas de Liberación Nacional, encabezadas por César Germán Yáñez Muñoz, que buscaron vincularse primero a movimientos sociales y promover la revolución de abajo hacia arriba.
No eran un grupo religioso sino más bien ateo y hasta jacobino. Sin embargo, sus ideas tuvieron una línea de continuidad hasta finales de la década de los 80, cuando en Chiapas lograron sembrar esa semilla rebelde, con el auxilio de una complicada red de organizaciones agrícolas comunitarias y de diáconos de la dócesis local, muy imbuídos de la teología de la liberación, que fueron el medio catalizador para que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se consolidara en la región.
En 1979, recién electo Papa, vino Juan Pablo II a México, a presidir la reunión de la CELAM, donde se ordena el desmantelamiento de la red de pastorales de la pobreza en América Latina, y comienza un acelerado proceso conservador contra todo lo que sonara a revolucionario.
El triunfo, en 1979, de la revolución sandinista en Nicaragua, con la presencia de sacerdotes como Ernesto Cardenal, y la manifiesta presencia teologal en la lucha del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador, fueron, entre otras, las gotas que derramaron el vaso de la paciencia vaticana.
Desde la alta jerarquía católica se crearon incluso las condiciones para el asesinato, en 1980, de monseñor Oscar Arnulfo Romero, en El Salvador, por parte de paramilitares, quienes después asesinarían a mansalva al teólogo universitario Ignacio Ellacuría y a religiosas de su órden.
Hoy en día, hay intentos por reanimar a la teología de la liberación en América Latina y devolverle presencia. Hasta donde tenemos registrado, ninguna guerrila mexicana actual se dice inspirada por la pastoral de los pobres. Se alude a católicos comprometidos en algunos comunicados, pero no la fe o Dios, como fuentes de inspiración central.
viernes, 5 de febrero de 2010
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