lunes, 26 de julio de 2010

Narcoterrorismo y punto

23 Julio 2010

No hay por qué darle tantas vueltas, ni buscar definiciones jurídicas. Quien genera miedo en la sociedad, para conseguir sus muy particulares fines, sean éstos políticos, económicos o criminales, es un terrorista.

Por lo general, la manera más certera -aunque no la única- de paralizar a una sociedad es atentando aleatoriamente contra blancos civiles. Contra lo que el discurso oficial pretende hacernos creer, el terrorismo generado por miembros del crimen organizado no es nuevo, ni se inició la semana pasada.

Acaso el hecho fundacional fue cuando rodaron seis cabezas en un bar de Uruapan, hace tres años. Después vinieron la filmación de ejecuciones subidas a YouTube.

Al principio las víctimas eran integrantes de bandas enemigas; pasaron a ser policías, periodistas y más tarde ciudadanos comunes y corrientes. "Vean lo que somos capaces de hacer; con que nos tengan miedo basta", es el mensaje para inhibir la acción de la autoridad y de la sociedad.

Ya no hubo duda de la naturaleza del enemigo tras el atentado con granadas en la ceremonia del Grito, en Morelia, de 2008. Las cosas no han mejorado.

Ahora, cada vez es más fácil tener noticia de balaceras en plena calle, junto a escuelas, en horas de trabajo, en avenidas transitadas. No se salvan bautizos, bodas y eventos sociales, como en los casos de Villas Salvarcar, de Juárez, o en la boda en la Quinta Italia, de Torreón, la semana pasada, donde sendos comandos armados rafaguearon a los asistentes sin consideración alguna. Mataron hasta a los músicos.

En un desesperado intento por minimizar los hechos, autoridades de los tres niveles de gobierno aseguran que, técnicamente, no hay terrorismo, que los ataques están dirigidos a cárteles enemigos, a policías y soldados, pero no a la sociedad civil y que por lo tanto la definición no cuadra con los parámetros internacionales del fenómeno. Falso.

Hay una clara conciencia de parte de los criminales que un zafarrancho público deja muchas balas perdidas y el riesgo de que haya inocentes muertos eleva el costo político a las fuerzas del orden.

Las víctimas colaterales no son, entonces, producto de la mala suerte, sino del cálculo delincuencial de que Ejército y policías ven reducido su margen de fuego en calles y mercados.

Ahora bien, hay que tener presente que para crear psicosis en una sociedad no se necesitan necesariamente de varios kilos de explosivo, sino que pueden usarse amenazas telefónicas o simples correos electrónicos. Recordemos la cadena de amenazas cibernéticas que paralizaron todo un fin de semana a Cuernavaca, tras la amenaza de que "algo" iba a pasar. Antros y restaurantes no abrieron. El caos estaba sembrado.

Las pérdidas económicas también. La ETA, el Sinn Fein irlandés, las FARC de Colombia, Al Qaeda, Hamas en Palestina tienen motivaciones políticas para realizar sus atentados en contra de población civil inocente. Que los cárteles mexicanos de la droga quieran mantener incólume su imperio económico atemorizando a la población los equipara con aquellos que operan así en el resto del mundo.

No es alarmismo. Es realismo, pues hay que saber de qué tamaño es el problema que enfrentamos para poder diseñar la mejor estrategia para combatirlo. Cerrar los ojos a lo evidente sólo provocará que se mantenga incólume la actual estrategia de lucha contra el narcotráfico, la cual sólo puede ser evaluada por sus resultados, uno de los cuales es el ascenso del narcoterrorismo.

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