viernes, 28 de diciembre de 2012
Estudiando la contrainsurgencia de EU
Tomado del portal Saboteamos.info http://bit.ly/12KrL0R
Estudiando a la contrainsurgencia de EEUU: manuales, mentalidades y uso de la antropología
This entry was posted by unanimus on Lunes, 26 marzo, 2012
La siguiente, es una compilación revisada de artículos publicados durante estos años en La Jornada y en páginas alternativas, en torno a manuales y documentos de contrainsurgencia estadounidenses. A la luz de la reciente matanza de civiles en Afganistán, incluyendo niños, por soldados de Estados Unidos, me pareció importante que los lectores de Rebelión puedan tener esta perspectiva de las mentalidades del aparato militar que condiciona estas masacres.
El 5 de octubre de 2007, el New York Times publicó un artículo de David Rohde (“El Ejército enlista a la antropología en zonas de Guerra”), sobre la considerada por los militares estadounidenses como “nueva arma crucial en las operaciones contrainsurgentes”: un equipo integrado por antropólogos y otros científicos sociales para su utilización permanente en unidades de combate de las tropas de ocupación de Estados Unidos en Afganistán e Irak. El corresponsal informa que este singular involucramiento de las ciencias sociales en el esfuerzo bélico estadounidense constituye un exitoso programa experimental del Pentágono que, iniciado en febrero de 2007, ha sido tan recomendado por los comandantes en el teatro de la guerra que en septiembre de ese año el Secretario de Defensa Robert M. Gates autorizó una partida adicional de 40 millones de dólares para asignar equipos similares a cada una de las 26 brigadas de combate en los dos países mencionados.
En el mismo artículo se destacan las reacciones críticas por parte de un sector importante de la academia estadounidense que no duda en considerar el programa como “antropología mercenaria” y “prostitución de la disciplina”, comparándolo con lo ocurrido en la década de los sesenta, cuando se utilizaron antropólogos en campañas contrainsurgentes en Vietnam y América Latina (Plan Camelot).
Ya en su sesión anual en noviembre de 2006 y con la presencia de cientos de sus integrantes, la American Anthropological Association condenó por unanimidad “el uso del conocimiento antropológico como elemento de tortura física y sicológica”, ante el alegato de que los torturadores de la prisión Abu Ghraib, en Irak, pudieron ser inspirados por la obra de un antropólogo, a partir de la idea que “hombres árabes humillados sexualmente podrían llegar a ser informantes comedidos” (Matthew B. Stannard. “Montgomery McFate’Mission. Can one anthropologist possibly steer the course in Iraq?” San Francisco Chronicle, April 29, 2007).
En julio de 2007, el antropólogo Roberto J, González escribió un excelente artículo (“¿Hacia una antropología mercenaria? El nuevo manual de contrainsurgencia del Ejército de Estados Unidos FM- 3-24 y el complejo militar-antropológico”. Anthropology Today, Vol. 23, No. 3, June 2007), en el que detalla críticamente las contribuciones de antropólogos en la elaboración de dicho manual. González demuestra, incluso, que algunas de estas “contribuciones” no son innovadoras desde el punto de vista de la teoría antropológica y más bien parecen “un libro de texto introductorio de antropología simplificado –aunque con pocos ejemplos y sin ilustraciones.”
La antropología mercenaria estadounidense se caracteriza por la beligerancia y el cinismo con que justifica la estrecha colaboración entre antropólogos y militares en guerras imperialistas y violatorias de los más elementales derechos humanos y los principios fundacionales de la Organización de Naciones Unidas. Una de sus más aguerridas defensoras y autoras intelectuales es la antropóloga estadounidense Montgomery Mcfate, quien se impuso la tarea de “educar” a los militares y cuya misión en los últimos cinco años ha sido convencer a los estrategas de la contrainsurgencia de que la “antropología puede ser un arma más efectiva que la artillería”. Mcfate ignora y le exasperan las críticas de sus colegas en la academia, a quienes considera encerrados en una torre de marfil y más “interesados en elaborar resoluciones que en encontrar soluciones”. Ella es ahora la “comisaría política” de los militares, una de las autoras del citado manual de contrainsurgencia, creadora del programa Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno, iniciado por el Pentágono, y consejera de la Oficina del Secretario de Defensa. Todo un éxito del American way of life.
En realidad, la participación de antropólogos en misiones coloniales e imperialistas es tan antigua como la propia antropología, la cual se establece como ciencia estrechamente ligada al colonialismo y a los esfuerzos por imponer en el ámbito mundial las relaciones de dominación y explotación capitalistas. Un clásico sobre el tema es el libro de Gérard Leclercq, “Anthropologie et colonialisme” (Paris: Librairie Arthéme Fayard, 1972) que en su introducción asienta: “El nacimiento común del imperialismo colonial contemporáneo y de la antropología igualmente contemporánea puede situarse en la segunda mitad del siglo XIX. Trataremos de poner en evidencia la relación de la ideología imperialista, de la que la antropología no es sino uno de sus elementos, con la ideología colonial, y las razones por las cuales una investigación ‘sobre el terreno’ se hacía necesaria y posible por la colonización de tipo imperialista.” (p. 15)
Hay que recordar en México el papel protagónico que jugaron los antropólogos en la elaboración de las políticas indigenistas desde el momento en que Manuel Gamio, –padre fundador de la disciplina en este país–, definió a la antropología como “la ciencia del buen gobierno”, iniciándose un maridaje entre antropólogos y el Estado mexicano que fue roto en parte hasta que el movimiento estudiantil-popular de 1968 creó las condiciones para que las corrientes críticas se manifestaran y denunciarán el papel de complicidad de la antropología mexicana posrevolucionaria en el afianzamiento del colonialismo interno que rompió la rebelión zapatista.
El grotesco maquillaje cultural de la antropología contrainsurgente no cambia la naturaleza brutal de la ocupación imperialista ni ganará la mente y los corazones de la resistencia y de los millones de estadounidenses que se manifiestan de manera creciente contra la guerra.
El manual 3-24 de contrainsurgencia estadounidense
Como expresión del grado de involucramiento de la alta burocracia académica en los esfuerzos belicistas del imperialismo estadounidense, la Universidad de Chicago publicó en julio de 2007 una edición de bolsillo –de chaqueta militar, naturalmente– del nuevo Manual de campo de contrainsurgencia (No. 3-24). Está abierta complicidad de los círculos de educación superior con la maquinaria de guerra de Estados Unidos, provocó un alud de críticas de los intelectuales independientes estadounidenses, quienes con rigor analizaron el texto coordinado por el general David H. Petraeus y condenaron el vergonzoso papel jugado por las autoridades universitarias que consintieron en editar un manual destinado a la persecución, tortura y asesinato de seres humanos y a la ocupación militar de países en los “oscuros rincones del mundo” en los que Estados Unidos pretende hacer prevalecer sus intereses.
Uno de estos críticos es David Price, autor de un demoledor artículo traducido al castellano y publicado por Rebelión: “Prostitución de la antropología al servicio de las guerras del imperio”, en el que demuestra el plagio realizado –en particular en el capítulo tercero del Manual — de autores como Victor Turner, Anthony Giddens, David Newman, Susan Silbey, Kenneth Brown, Fred Plog, Daniel Bates, Max Weber, entre otros. Este capítulo, considerado por Price como central, fue escrito por la antropóloga Montgomery Mcfate, quien –recordemos– es una de las más fervientes partidarias de la utilización de la ciencia antropológica en la contrainsurgencia a partir de equipos de antropólogos “empotrados” en las unidades de combate en Afganistán e Irak.
Price destaca esta carencia de ética intelectual debido a que “las pretensiones de integridad académica constituyen el fundamento mismo de la estrategia promocional del Manual”, que ha sido alabado por los mercenarios intelectuales del Pentágono en los medios masivos de comunicación y en periódicos y revistas como el New York Times, Newsweek y otras publicaciones estadounidenses.
También, el Manual ha provocado una reacción de alborozo en los medios militares de otras altitudes. El general brasileño Álvaro de Souza Pinheiro, por ejemplo, lo considera “el documento doctrinario de contrainsurgencia más bien elaborado que el mundo occidental ha visto hasta hoy en día” e informa que “gran parte de los ejércitos de la OTAN ya está en proceso de reformulación de sus documentos similares, teniendo como base el reciente manual norteamericano”. (Chile Press, 02/04/2007).
Seguramente que la Secretaría de la Defensa Nacional mexicana, a través del Plan México, está analizando tal novedad editorial para poner al día sus viejos manuales de guerra irregular y mejorar sus campañas contrainsurgentes en Chiapas y otros estados de la república, ahora con el auxilio de antropólogos empotrados –a la moda Mcfate– que ayuden a “comprender” a los militares las culturas de los “nativos” que se rebelan contra el orden establecido.
La lectura del Manual es obligatoria para entender la mentalidad de los intelectuales de la guerra “contra el terrorismo”. El prefacio firmado por el general Petraeus (que estuvo a cargo de las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos en Irak) y por el general James F. Amos, del tristemente célebre Cuerpo de Marines, muestra que los militares estadounidenses se tornaron si no marxistas por lo menos dialécticos pues descubren que: “El Ejercito y el Cuerpo de Marines reconocen que cada insurgencia es contextual y presenta su propio conjunto de retos”. Por ello, una campaña de contrainsurgencia requiere que “Soldados y Marinos (así, con mayúsculas en todo el texto) utilicen una mezcla de tareas de combate con habilidades más frecuentemente asociadas con agencias no militares…
“Se espera que Soldados y Marinos sean constructores de naciones lo mismo que guerreros. Ellos deben estar preparados para ayudar a restablecer instituciones y fuerzas locales de seguridad y asistir en la reconstrucción de los servicios básicos. Ellos deben de ser capaces de facilitar el establecimiento de la gobernabilidad local y el imperio de la ley. La lista de estas tareas es larga; hacerlas involucra una cooperación y coordinación con muchas agencias intergubernamentales (de Estados Unidos), de la nación huésped y del ámbito internacional…Conducir una campaña de contrainsurgencia exitosa requiere de una fuerza flexible, adaptable, dirigida por líderes ágiles, bien informados y astutos culturalmente.”
El análisis de este prefacio a la luz de la ocupación neocolonial de Irak descubre que estos “constructores de naciones” han sido quienes sin justificación alguna llevaron a cabo una guerra violatoria del marco jurídico internacional contra un Estado independiente y miembro de la Organización de Naciones Unidas, misma que ha ocasionado la muerte de 650 mil iraquíes, la destrucción de la infraestructura básica de servicios públicos, el éxodo de millones de habitantes hacia el exterior, el saqueo y destrucción de su patrimonio cultural, el asesinato premeditado de sus escritores, docentes, médicos y abogados. La potencia ocupante estableció un gobierno pelele de colaboracionistas al que eufemísticamente llama “gobierno de la nación huésped”, el cual se sostiene sólo por la letal astucia cultural de Soldados y Marinos y el imperio de la ley de Estados Unidos.
Por cierto, el 2007 fue el más mortífero para las tropas de ocupación con 858 soldados estadounidenses muertos hasta el seis de noviembre y 3855 acumulados desde 2003 (61, 996 muertos y heridos por causas hostiles y no hostiles). ¿Será que el Manual no está funcionando? ¿Qué los Soldados y Marinos no leen? ¿Qué los antropólogos empotrados no hacen bien su trabajo? ¿Será, tal vez, que la insurgencia es más dialéctica que la contrainsurgencia?
Un supuesto básico del Manual de Contrainsurgencia 3-24 es que Estados Unidos tiene el derecho de intervenir militarmente en el ámbito mundial, lo cual se contrapone con los principios y leyes del marco jurídico internacional que dieron origen y constituyen el fundamento de la Organización de Naciones Unidas. Así, el Manual sostiene que su doctrina “por definición es amplia en perspectiva y contiene principios, tácticas y procedimientos aplicables en todo el mundo …Esta publicación tiene como propósito ayudar a preparar a los jefes del Ejército y del Cuerpo de Marines a conducir operaciones de contrainsurgencia en cualquier parte del mundo.”
Para justificar esta extraterritorialidad castrense –como ya mencionamos– los estrategas utilizan una entelequia jurídica denominada “nación huésped”, cuyo gobierno “invita” a Estados Unidos a la contrainsurgencia contra su propio pueblo, aunque dicha autoridad sea impuesta con posterioridad al derrocamiento del gobierno legalmente constituido y la ocupación militar del país por las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos. Ya en la anexión del archipiélago de las Filipinas en 1898, Estados Unidos libró su primera guerra de contrainsurgencia del siglo XX contra la rebelión encabezada por Emilio Aguinaldo, con el pretexto –según el presidente estadounidense William McKinley– de “educar, elevar y cristianizar a los filipinos“. (Timothy K. Deady, “Parameters”. Spring, 2005).
También, en la guerra contrainsurgente de Estados Unidos en Nicaragua contra el general Augusto C. Sandino –quien derrotó una y otra vez a los marines estadounidenses– los yanquis emplearon la táctica de enfrentar “nativos contra nativos”, al crear la Guardia Nacional encabezada por Anastasio Somoza García, quien finalmente asesinó a Sandino en 1934.
Otra de las ideas-fuerza del Manual es que al poseer Estados Unidos una abrumadora superioridad militar convencional, sus enemigos luchan por medio de una guerra no convencional, “mezclando tecnología moderna con antiguas técnicas de insurgencia y terrorismo…En contrainsurgencia, el lado que aprende y se adapta más rápidamente –el que tiene mejor organización para aprender- usualmente gana. Contrainsurgencias han sido llamadas competencias de aprendizaje. Entonces, esta publicación identifica que ‘aprender y adaptar’ es un imperativo moderno de contrainsurgencia para las fuerzas de Estados Unidos”
A partir de esta premisa, el Manual concluye:
“Irónicamente, la naturaleza de la contrainsurgencia presenta retos a los sistemas tradicionales de lecciones-aprendizaje; muchos aspectos no militares de la contrainsurgencia no llevan por sí mismos a un aprendizaje táctico rápido…Realizar tareas no militares en contrainsurgencia requiere conocimiento en muchas y diversas materias complejas. Estas incluyen gobernanza, desarrollo económico, administración pública, y el imperio de la ley. Comandantes con un conocimiento profundo en estas materias pueden ayudar a sus subordinados a entender ambientes desafiantes y poco familiares y adaptarse más rápidamente a situaciones cambiantes.”
Se ofrecen definiciones a modo de insurgencia y contrainsurgencia: “insurgencia es una lucha político-militar organizada y prolongada ideada para debilitar el control y la legitimidad de un gobierno establecido, de una fuerza ocupante o de otra autoridad política, mientras se incrementa el control insurgente”. Otra definición de insurgencia afirma que ésta es “típicamente una forma de guerra interna, una que ocurre primariamente dentro de un estado, no entre estados, y una que contiene al menos ciertos elementos de guerra civil. Contrainsurgencia son las acciones militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas llevadas a cabo por un gobierno para derrotar a la insurgencia.”
En el caso de Irak se observa que el “gobierno establecido” no tiene legitimidad ni control puesto que es una autoridad subordinada a la potencia ocupante. Asimismo, ante su fracaso contra la resistencia patriótica, Estados Unidos ha provocado la guerra civil, enfrentando a sunitas contra chiitas a través de atentados terroristas perpetrados por sus agencias de inteligencia, fortaleciendo la independencia de facto de los kurdos y debilitando al máximo la unidad nacional.
El gran “descubrimiento” del Manual es su barniz antropológico:
“El conocimiento cultural es esencial para emprender una exitosa contrainsurgencia. Las ideas americanas (sic) de lo que es “normal” o “racional” no son universales. Por el contrario, miembros de otras sociedades frecuentemente tienen diferentes nociones de racionalidad, conducta apropiada, niveles de devoción religiosa, y normas concernientes al género.”
El verdadero proceso de aculturación de los soldados estadounidenses va más allá de los manuales, según palabras de un veterano de la guerra de Irak:
“He sido un asesino psicópata porque me entrenaron para matar. No nací con esa mentalidad. Fue el Cuerpo de Infantería de Marina quien me educó para que fuera un gánster de las corporaciones estadounidenses, un delincuente. Me entrenaron para cumplir ciegamente la orden del Presidente de Estados Unidos y traerle a casa lo que él pidiera, sin reparar en ninguna consideración moral. Yo era un psicópata porque nos enseñaron a disparar primero y a preguntar después, como lo haría un enfermo y no un soldado profesional que solo debe enfrentar a otro soldado. Si había que matar a mujeres y a niños, lo hacíamos. Por tanto, no éramos soldados, sino mercenarios”. (Jimmy Massey, Fuente: Cuba Debate).
Inteligencia en la contrainsurgencia
Si en cualquier tipo de conflicto bélico el trabajo de inteligencia es indispensable, en la contrainsurgencia es particularmente vital, señalan los militares estadounidenses. Por ello, el capítulo clave del Manual de Contrainsurgencia 3-24 versa precisamente sobre las características de la inteligencia en esta guerra asimétrica. Igualmente, dado que las conflagraciones que libra Estados Unidos tienen lugar en espacios culturalmente extraños, el descubrimiento castrense es la colaboración de científicos sociales en las campañas imperialistas contra los movimientos revolucionarios y de resistencia nacional.
La antropóloga contrainsurgente Montgomery McFate lo explica de esta manera: “En un conflicto entre adversarios simétricos, en el que ambos son equivalentemente iguales y usan tecnología similar, comprender la cultura del adversario es en gran parte irrelevante. La Guerra Fría, con toda su complejidad, enfrentó entre sí a dos poderes de herencia europea. En una operación de contrainsurgencia contra un adversario no occidental, sin embargo, la cultura es importante.” (Military Review, March-April, 2005)
Ya que los comandantes y estrategas militares requieren “profundizar en las culturas, percepciones, valores, creencias, y procesos de toma de decisiones de individuos y grupos,” el Pentágono integró equipos de expertos en economía, antropología y ciencia política, quienes juegan un papel en lo que técnicamente es llamado “Preparación de Inteligencia del Campo de Batalla”, que consiste en el proceso continuo y sistemático de análisis de la amenaza posible del enemigo y el ambiente en una región geográfica especifica. Los científicos sociales no son más que un instrumento de guerra, ya que las decisiones finales las toma el personal militar.
El Manual describe el tipo de información que recaban estos singulares mercenarios académicos:
“Por ejemplo, grupos tribales y familiares en Irak y Afganistán cruzan las fronteras nacionales en países vecinos. Las relaciones tras fronterizas permiten a los insurgentes contar con refugio seguro fuera de su país y les ayudan al tráfico tras fronterizo. El área de intereses puede ser grande en relación al AO (área operativa). Muy frecuentemente ésta puede estar influenciada por varios factores, tales como: redes de familia, tribales, étnicas, religiosas y otras que van más allá del área de operaciones; relaciones de comunicación y económicas hacia otras regiones; influencia de los medios de comunicación en la población local, el público de Estados Unidos y los socios multinacionales; apoyos logísticos, financieros y morales del enemigo.”
Los antropólogos-militares definen –con la ayuda del plagio ya denunciado– conceptos como sociedad, grupo étnico, tribu, redes, instituciones, roles y estatus, estructura y normas sociales, cultura, identidad, sistema de creencias, valores, actitudes y percepciones, lenguaje, poder y autoridad, fuerza coercitiva, capital social, participación política, entre otros. Todo ello para conocer lo que realmente interesa a los militares: los insurgentes, sus objetivos, motivaciones, apoyo o tolerancia de la población hacia ellos, sus capacidades y vulnerabilidades, formas de organización, líderes y personalidades claves, actividades y relaciones políticas, libertad de movimiento, sustentos logísticos, financieros y de inteligencia, nuevos reclutas, armamento y capacidades militares, entrenamiento, etcétera. Especial atención merece la estructura organizativa de los insurgentes: si es jerárquica o no, si los miembros están especializados, si los lideres ejercen un control centralizado, o se permite acción autónoma e iniciativa propia, si el movimiento opera independientemente, o tiene relaciones con otras redes y organizaciones, si los insurgentes le dan más peso a la acción política, o a la violenta.
También, cada dirigente es motivo de un escrutinio detallado: su papel en la organización, actividades conocidas y asociadas, historia personal y trayectoria, creencias, motivaciones e ideología, educación y entrenamiento, temperamento (“por ejemplo, cuidadoso, impulsivo, pensativo, o violento”), importancia en la organización, popularidad fuera de ella. En las sesiones de tortura en Irak, Afganistán, Guantánamo, y otros “oscuros rincones del planeta”, estas son sin duda algunas de las preguntas a los detenidos por las fuerzas de ocupación estadounidenses; también formarán parte de las materias que los mentores yanquis enseñaron a miembros de las fuerzas armadas mexicanas en los cursos de “combate al terrorismo” denunciados por La Jornada.
Asimismo, estrategias y tácticas de los rebeldes merecen especial cuidado: acciones conspirativas, militarismo, guerrilla urbana, guerra popular, emboscadas, incendios, bombas y explosivos, armas químicas, biológicas, radiológicas, o armas nucleares, manifestaciones, contrainteligencia de los insurgentes, ejecución de soplones, secuestros, toma de rehenes, infiltración y subversión, propaganda, ataques a instalaciones, sabotaje, entre otros. Se analizan todos los tipos de inteligencia: humana, operaciones militares, interrogatorio a detenidos y desertores, informes de asuntos civiles, operaciones psicológicas, de los oficiales del ejército y fuerzas policíacas del gobierno pelele, contratistas, delaciones telefónicas anónimas, periodistas, académicos, etcétera. También se obtiene información de inteligencia de rutinas de reconocimiento y vigilancia, sensores y cámaras, inteligencia espacial, análisis de archivos de propiedad, financieros, del contenido de celulares y computadoras.
Sería un error subestimar las capacidades y los alcances de este trabajo de inteligencia de los imperialistas estadounidenses, como pensar que son invencibles. También es importante que la comunidad de antropólogos en el ámbito latinoamericano se manifieste en contra de la utilización mercenaria de su disciplina.
Antropología de la contrainsurgencia y la ocupación neocolonial
“Human terrain team handbook” (2008), del militar Nathan Finney, es otro de los documentos importantes disponible en Wikileaks para analizar la utilización de la antropología en las campañas contrainsurgentes y en la ocupación neocolonial de países por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
El propósito fundamental de este manual es servir en la preparación y el trabajo de los equipos (human terrain teams, HTT) que actúan en las estructuras militares estadounidenses (regimientos, brigadas, divisiones, fuerzas combinadas, etcétera). Estos equipos están compuestos de cinco a nueve personas empleadas para apoyar a los comandantes en el terreno a partir de compensar sus deficiencias de conocimiento cultural del contexto en el que maniobran. Los equipos se conforman de la conjunción de soldados y de especialistas militares y académicos provistos por contratistas del Ejército, supuestamente con una sólida preparación en ciencias sociales.
La hipótesis rectora del manual es que:
“una condición fundamental de la guerra irregular y de las operaciones de contrainsurgencia es que el comandante y su estado mayor no pueden seguir limitando su atención a las materias tradicionales: misión, enemigo, terreno y condiciones meteorológicas, tropas amigas y apoyo disponibles, y tiempo. La población local del área de conflicto debe ser considerada un aspecto tan crítico como distintivo del diagnóstico del teatro de la guerra por parte del comandante… La dimensión humana es la esencia misma de la guerra irregular. Entender la cultura local y los factores políticos, sociales, económicos y religiosos es crucial para una contrainsurgencia y para operaciones de estabilidad exitosas, y últimamente, para el triunfo de la guerra contra el terror”.
Los aspectos clave de la misión de los equipos HTT son tres: 1) Investigación por medio de las ciencias sociales (utilización de métodos antropológicos y sociológicos clásicos como entrevistas abiertas y estructuradas, análisis de texto, encuestas y observación participante). 2) Recolección de información relevante para la unidad castrense y presentación de la misma en términos familiares a una audiencia militar. 3) Creación de un marco analítico cultural para la planeación, toma de decisiones y diagnósticos operativos.
El programa, en suma: “investigará, interpretará, archivará y proveerá información y conocimiento cultural para optimizar la efectividad operativa y armonizar las acciones en curso dentro del entorno cultural”. Con el falso supuesto de que el programa no forma parte del trabajo de inteligencia militar, el manual señala contradictoriamente que sus productos deben ser incorporados en el plan de operaciones de esta sección y que sus equipos deben estar presentes en todas las etapas del proceso de toma de decisiones militares.
Los equipos HTT de civiles y militares tienen un líder (comúnmente un oficial en activo o retirado), un científico social, un procesador de información y dos analistas. Según el manual, la composición óptima incluye al menos un miembro del equipo que hable la lengua de la zona, otro que sea experto en el país en cuestión, y otro que sea mujer, “para permitir que el equipo tenga acceso a 50 por ciento de la población frecuentemente subestimada en las operaciones militares”.
La naturaleza del programa, el papel y los objetivos de los equipos varían según sea la acción intervencionista de las fuerzas armadas estadounidenses, clasificada en el manual como “contrainsurgencia, construcción de naciones (nation building), ocupación, mantenimiento de la paz, operaciones cinéticas o una combinación de estos objetivos”. Comprendiendo el programa el espectro completo de sociedad y cultura, los equipos deben determinar cómo ganar el apoyo de la población local, mitigar su desconfianza y usar la extensa familiaridad con todos los aspectos de la sociedad para lograr esos objetivos.
La siguiente, es una compilación revisada de artículos publicados durante estos años en La Jornada y en páginas alternativas, en torno a manuales y documentos de contrainsurgencia estadounidenses. A la luz de la reciente matanza de civiles en Afganistán, incluyendo niños, por soldados de Estados Unidos, me pareció importante que los lectores de Rebelión puedan tener esta perspectiva de las mentalidades del aparato militar que condiciona estas masacres.
El 5 de octubre de 2007, el New York Times publicó un artículo de David Rohde (“El Ejército enlista a la antropología en zonas de Guerra”), sobre la considerada por los militares estadounidenses como “nueva arma crucial en las operaciones contrainsurgentes”: un equipo integrado por antropólogos y otros científicos sociales para su utilización permanente en unidades de combate de las tropas de ocupación de Estados Unidos en Afganistán e Irak. El corresponsal informa que este singular involucramiento de las ciencias sociales en el esfuerzo bélico estadounidense constituye un exitoso programa experimental del Pentágono que, iniciado en febrero de 2007, ha sido tan recomendado por los comandantes en el teatro de la guerra que en septiembre de ese año el Secretario de Defensa Robert M. Gates autorizó una partida adicional de 40 millones de dólares para asignar equipos similares a cada una de las 26 brigadas de combate en los dos países mencionados.
En el mismo artículo se destacan las reacciones críticas por parte de un sector importante de la academia estadounidense que no duda en considerar el programa como “antropología mercenaria” y “prostitución de la disciplina”, comparándolo con lo ocurrido en la década de los sesenta, cuando se utilizaron antropólogos en campañas contrainsurgentes en Vietnam y América Latina (Plan Camelot).
Ya en su sesión anual en noviembre de 2006 y con la presencia de cientos de sus integrantes, la American Anthropological Association condenó por unanimidad “el uso del conocimiento antropológico como elemento de tortura física y sicológica”, ante el alegato de que los torturadores de la prisión Abu Ghraib, en Irak, pudieron ser inspirados por la obra de un antropólogo, a partir de la idea que “hombres árabes humillados sexualmente podrían llegar a ser informantes comedidos” (Matthew B. Stannard. “Montgomery McFate’Mission. Can one anthropologist possibly steer the course in Iraq?” San Francisco Chronicle, April 29, 2007).
En julio de 2007, el antropólogo Roberto J, González escribió un excelente artículo (“¿Hacia una antropología mercenaria? El nuevo manual de contrainsurgencia del Ejército de Estados Unidos FM- 3-24 y el complejo militar-antropológico”. Anthropology Today, Vol. 23, No. 3, June 2007), en el que detalla críticamente las contribuciones de antropólogos en la elaboración de dicho manual. González demuestra, incluso, que algunas de estas “contribuciones” no son innovadoras desde el punto de vista de la teoría antropológica y más bien parecen “un libro de texto introductorio de antropología simplificado –aunque con pocos ejemplos y sin ilustraciones.”
La antropología mercenaria estadounidense se caracteriza por la beligerancia y el cinismo con que justifica la estrecha colaboración entre antropólogos y militares en guerras imperialistas y violatorias de los más elementales derechos humanos y los principios fundacionales de la Organización de Naciones Unidas. Una de sus más aguerridas defensoras y autoras intelectuales es la antropóloga estadounidense Montgomery Mcfate, quien se impuso la tarea de “educar” a los militares y cuya misión en los últimos cinco años ha sido convencer a los estrategas de la contrainsurgencia de que la “antropología puede ser un arma más efectiva que la artillería”. Mcfate ignora y le exasperan las críticas de sus colegas en la academia, a quienes considera encerrados en una torre de marfil y más “interesados en elaborar resoluciones que en encontrar soluciones”. Ella es ahora la “comisaría política” de los militares, una de las autoras del citado manual de contrainsurgencia, creadora del programa Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno, iniciado por el Pentágono, y consejera de la Oficina del Secretario de Defensa. Todo un éxito del American way of life.
En realidad, la participación de antropólogos en misiones coloniales e imperialistas es tan antigua como la propia antropología, la cual se establece como ciencia estrechamente ligada al colonialismo y a los esfuerzos por imponer en el ámbito mundial las relaciones de dominación y explotación capitalistas. Un clásico sobre el tema es el libro de Gérard Leclercq, “Anthropologie et colonialisme” (Paris: Librairie Arthéme Fayard, 1972) que en su introducción asienta: “El nacimiento común del imperialismo colonial contemporáneo y de la antropología igualmente contemporánea puede situarse en la segunda mitad del siglo XIX. Trataremos de poner en evidencia la relación de la ideología imperialista, de la que la antropología no es sino uno de sus elementos, con la ideología colonial, y las razones por las cuales una investigación ‘sobre el terreno’ se hacía necesaria y posible por la colonización de tipo imperialista.” (p. 15)
Hay que recordar en México el papel protagónico que jugaron los antropólogos en la elaboración de las políticas indigenistas desde el momento en que Manuel Gamio, –padre fundador de la disciplina en este país–, definió a la antropología como “la ciencia del buen gobierno”, iniciándose un maridaje entre antropólogos y el Estado mexicano que fue roto en parte hasta que el movimiento estudiantil-popular de 1968 creó las condiciones para que las corrientes críticas se manifestaran y denunciarán el papel de complicidad de la antropología mexicana posrevolucionaria en el afianzamiento del colonialismo interno que rompió la rebelión zapatista.
El grotesco maquillaje cultural de la antropología contrainsurgente no cambia la naturaleza brutal de la ocupación imperialista ni ganará la mente y los corazones de la resistencia y de los millones de estadounidenses que se manifiestan de manera creciente contra la guerra.
El manual 3-24 de contrainsurgencia estadounidense
Como expresión del grado de involucramiento de la alta burocracia académica en los esfuerzos belicistas del imperialismo estadounidense, la Universidad de Chicago publicó en julio de 2007 una edición de bolsillo –de chaqueta militar, naturalmente– del nuevo Manual de campo de contrainsurgencia (No. 3-24). Está abierta complicidad de los círculos de educación superior con la maquinaria de guerra de Estados Unidos, provocó un alud de críticas de los intelectuales independientes estadounidenses, quienes con rigor analizaron el texto coordinado por el general David H. Petraeus y condenaron el vergonzoso papel jugado por las autoridades universitarias que consintieron en editar un manual destinado a la persecución, tortura y asesinato de seres humanos y a la ocupación militar de países en los “oscuros rincones del mundo” en los que Estados Unidos pretende hacer prevalecer sus intereses.
Uno de estos críticos es David Price, autor de un demoledor artículo traducido al castellano y publicado por Rebelión: “Prostitución de la antropología al servicio de las guerras del imperio”, en el que demuestra el plagio realizado –en particular en el capítulo tercero del Manual — de autores como Victor Turner, Anthony Giddens, David Newman, Susan Silbey, Kenneth Brown, Fred Plog, Daniel Bates, Max Weber, entre otros. Este capítulo, considerado por Price como central, fue escrito por la antropóloga Montgomery Mcfate, quien –recordemos– es una de las más fervientes partidarias de la utilización de la ciencia antropológica en la contrainsurgencia a partir de equipos de antropólogos “empotrados” en las unidades de combate en Afganistán e Irak.
Price destaca esta carencia de ética intelectual debido a que “las pretensiones de integridad académica constituyen el fundamento mismo de la estrategia promocional del Manual”, que ha sido alabado por los mercenarios intelectuales del Pentágono en los medios masivos de comunicación y en periódicos y revistas como el New York Times, Newsweek y otras publicaciones estadounidenses.
También, el Manual ha provocado una reacción de alborozo en los medios militares de otras altitudes. El general brasileño Álvaro de Souza Pinheiro, por ejemplo, lo considera “el documento doctrinario de contrainsurgencia más bien elaborado que el mundo occidental ha visto hasta hoy en día” e informa que “gran parte de los ejércitos de la OTAN ya está en proceso de reformulación de sus documentos similares, teniendo como base el reciente manual norteamericano”. (Chile Press, 02/04/2007).
Seguramente que la Secretaría de la Defensa Nacional mexicana, a través del Plan México, está analizando tal novedad editorial para poner al día sus viejos manuales de guerra irregular y mejorar sus campañas contrainsurgentes en Chiapas y otros estados de la república, ahora con el auxilio de antropólogos empotrados –a la moda Mcfate– que ayuden a “comprender” a los militares las culturas de los “nativos” que se rebelan contra el orden establecido.
La lectura del Manual es obligatoria para entender la mentalidad de los intelectuales de la guerra “contra el terrorismo”. El prefacio firmado por el general Petraeus (que estuvo a cargo de las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos en Irak) y por el general James F. Amos, del tristemente célebre Cuerpo de Marines, muestra que los militares estadounidenses se tornaron si no marxistas por lo menos dialécticos pues descubren que: “El Ejercito y el Cuerpo de Marines reconocen que cada insurgencia es contextual y presenta su propio conjunto de retos”. Por ello, una campaña de contrainsurgencia requiere que “Soldados y Marinos (así, con mayúsculas en todo el texto) utilicen una mezcla de tareas de combate con habilidades más frecuentemente asociadas con agencias no militares…
“Se espera que Soldados y Marinos sean constructores de naciones lo mismo que guerreros. Ellos deben estar preparados para ayudar a restablecer instituciones y fuerzas locales de seguridad y asistir en la reconstrucción de los servicios básicos. Ellos deben de ser capaces de facilitar el establecimiento de la gobernabilidad local y el imperio de la ley. La lista de estas tareas es larga; hacerlas involucra una cooperación y coordinación con muchas agencias intergubernamentales (de Estados Unidos), de la nación huésped y del ámbito internacional…Conducir una campaña de contrainsurgencia exitosa requiere de una fuerza flexible, adaptable, dirigida por líderes ágiles, bien informados y astutos culturalmente.”
El análisis de este prefacio a la luz de la ocupación neocolonial de Irak descubre que estos “constructores de naciones” han sido quienes sin justificación alguna llevaron a cabo una guerra violatoria del marco jurídico internacional contra un Estado independiente y miembro de la Organización de Naciones Unidas, misma que ha ocasionado la muerte de 650 mil iraquíes, la destrucción de la infraestructura básica de servicios públicos, el éxodo de millones de habitantes hacia el exterior, el saqueo y destrucción de su patrimonio cultural, el asesinato premeditado de sus escritores, docentes, médicos y abogados. La potencia ocupante estableció un gobierno pelele de colaboracionistas al que eufemísticamente llama “gobierno de la nación huésped”, el cual se sostiene sólo por la letal astucia cultural de Soldados y Marinos y el imperio de la ley de Estados Unidos.
Por cierto, el 2007 fue el más mortífero para las tropas de ocupación con 858 soldados estadounidenses muertos hasta el seis de noviembre y 3855 acumulados desde 2003 (61, 996 muertos y heridos por causas hostiles y no hostiles). ¿Será que el Manual no está funcionando? ¿Qué los Soldados y Marinos no leen? ¿Qué los antropólogos empotrados no hacen bien su trabajo? ¿Será, tal vez, que la insurgencia es más dialéctica que la contrainsurgencia?
Un supuesto básico del Manual de Contrainsurgencia 3-24 es que Estados Unidos tiene el derecho de intervenir militarmente en el ámbito mundial, lo cual se contrapone con los principios y leyes del marco jurídico internacional que dieron origen y constituyen el fundamento de la Organización de Naciones Unidas. Así, el Manual sostiene que su doctrina “por definición es amplia en perspectiva y contiene principios, tácticas y procedimientos aplicables en todo el mundo …Esta publicación tiene como propósito ayudar a preparar a los jefes del Ejército y del Cuerpo de Marines a conducir operaciones de contrainsurgencia en cualquier parte del mundo.”
Para justificar esta extraterritorialidad castrense –como ya mencionamos– los estrategas utilizan una entelequia jurídica denominada “nación huésped”, cuyo gobierno “invita” a Estados Unidos a la contrainsurgencia contra su propio pueblo, aunque dicha autoridad sea impuesta con posterioridad al derrocamiento del gobierno legalmente constituido y la ocupación militar del país por las fuerzas expedicionarias de Estados Unidos. Ya en la anexión del archipiélago de las Filipinas en 1898, Estados Unidos libró su primera guerra de contrainsurgencia del siglo XX contra la rebelión encabezada por Emilio Aguinaldo, con el pretexto –según el presidente estadounidense William McKinley– de “educar, elevar y cristianizar a los filipinos“. (Timothy K. Deady, “Parameters”. Spring, 2005).
También, en la guerra contrainsurgente de Estados Unidos en Nicaragua contra el general Augusto C. Sandino –quien derrotó una y otra vez a los marines estadounidenses– los yanquis emplearon la táctica de enfrentar “nativos contra nativos”, al crear la Guardia Nacional encabezada por Anastasio Somoza García, quien finalmente asesinó a Sandino en 1934.
Otra de las ideas-fuerza del Manual es que al poseer Estados Unidos una abrumadora superioridad militar convencional, sus enemigos luchan por medio de una guerra no convencional, “mezclando tecnología moderna con antiguas técnicas de insurgencia y terrorismo…En contrainsurgencia, el lado que aprende y se adapta más rápidamente –el que tiene mejor organización para aprender- usualmente gana. Contrainsurgencias han sido llamadas competencias de aprendizaje. Entonces, esta publicación identifica que ‘aprender y adaptar’ es un imperativo moderno de contrainsurgencia para las fuerzas de Estados Unidos”
A partir de esta premisa, el Manual concluye:
“Irónicamente, la naturaleza de la contrainsurgencia presenta retos a los sistemas tradicionales de lecciones-aprendizaje; muchos aspectos no militares de la contrainsurgencia no llevan por sí mismos a un aprendizaje táctico rápido…Realizar tareas no militares en contrainsurgencia requiere conocimiento en muchas y diversas materias complejas. Estas incluyen gobernanza, desarrollo económico, administración pública, y el imperio de la ley. Comandantes con un conocimiento profundo en estas materias pueden ayudar a sus subordinados a entender ambientes desafiantes y poco familiares y adaptarse más rápidamente a situaciones cambiantes.”
Se ofrecen definiciones a modo de insurgencia y contrainsurgencia: “insurgencia es una lucha político-militar organizada y prolongada ideada para debilitar el control y la legitimidad de un gobierno establecido, de una fuerza ocupante o de otra autoridad política, mientras se incrementa el control insurgente”. Otra definición de insurgencia afirma que ésta es “típicamente una forma de guerra interna, una que ocurre primariamente dentro de un estado, no entre estados, y una que contiene al menos ciertos elementos de guerra civil. Contrainsurgencia son las acciones militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas llevadas a cabo por un gobierno para derrotar a la insurgencia.”
En el caso de Irak se observa que el “gobierno establecido” no tiene legitimidad ni control puesto que es una autoridad subordinada a la potencia ocupante. Asimismo, ante su fracaso contra la resistencia patriótica, Estados Unidos ha provocado la guerra civil, enfrentando a sunitas contra chiitas a través de atentados terroristas perpetrados por sus agencias de inteligencia, fortaleciendo la independencia de facto de los kurdos y debilitando al máximo la unidad nacional.
El gran “descubrimiento” del Manual es su barniz antropológico:
“El conocimiento cultural es esencial para emprender una exitosa contrainsurgencia. Las ideas americanas (sic) de lo que es “normal” o “racional” no son universales. Por el contrario, miembros de otras sociedades frecuentemente tienen diferentes nociones de racionalidad, conducta apropiada, niveles de devoción religiosa, y normas concernientes al género.”
El verdadero proceso de aculturación de los soldados estadounidenses va más allá de los manuales, según palabras de un veterano de la guerra de Irak:
“He sido un asesino psicópata porque me entrenaron para matar. No nací con esa mentalidad. Fue el Cuerpo de Infantería de Marina quien me educó para que fuera un gánster de las corporaciones estadounidenses, un delincuente. Me entrenaron para cumplir ciegamente la orden del Presidente de Estados Unidos y traerle a casa lo que él pidiera, sin reparar en ninguna consideración moral. Yo era un psicópata porque nos enseñaron a disparar primero y a preguntar después, como lo haría un enfermo y no un soldado profesional que solo debe enfrentar a otro soldado. Si había que matar a mujeres y a niños, lo hacíamos. Por tanto, no éramos soldados, sino mercenarios”. (Jimmy Massey, Fuente: Cuba Debate).
Inteligencia en la contrainsurgencia
Si en cualquier tipo de conflicto bélico el trabajo de inteligencia es indispensable, en la contrainsurgencia es particularmente vital, señalan los militares estadounidenses. Por ello, el capítulo clave del Manual de Contrainsurgencia 3-24 versa precisamente sobre las características de la inteligencia en esta guerra asimétrica. Igualmente, dado que las conflagraciones que libra Estados Unidos tienen lugar en espacios culturalmente extraños, el descubrimiento castrense es la colaboración de científicos sociales en las campañas imperialistas contra los movimientos revolucionarios y de resistencia nacional.
La antropóloga contrainsurgente Montgomery McFate lo explica de esta manera: “En un conflicto entre adversarios simétricos, en el que ambos son equivalentemente iguales y usan tecnología similar, comprender la cultura del adversario es en gran parte irrelevante. La Guerra Fría, con toda su complejidad, enfrentó entre sí a dos poderes de herencia europea. En una operación de contrainsurgencia contra un adversario no occidental, sin embargo, la cultura es importante.” (Military Review, March-April, 2005)
Ya que los comandantes y estrategas militares requieren “profundizar en las culturas, percepciones, valores, creencias, y procesos de toma de decisiones de individuos y grupos,” el Pentágono integró equipos de expertos en economía, antropología y ciencia política, quienes juegan un papel en lo que técnicamente es llamado “Preparación de Inteligencia del Campo de Batalla”, que consiste en el proceso continuo y sistemático de análisis de la amenaza posible del enemigo y el ambiente en una región geográfica especifica. Los científicos sociales no son más que un instrumento de guerra, ya que las decisiones finales las toma el personal militar.
El Manual describe el tipo de información que recaban estos singulares mercenarios académicos:
“Por ejemplo, grupos tribales y familiares en Irak y Afganistán cruzan las fronteras nacionales en países vecinos. Las relaciones tras fronterizas permiten a los insurgentes contar con refugio seguro fuera de su país y les ayudan al tráfico tras fronterizo. El área de intereses puede ser grande en relación al AO (área operativa). Muy frecuentemente ésta puede estar influenciada por varios factores, tales como: redes de familia, tribales, étnicas, religiosas y otras que van más allá del área de operaciones; relaciones de comunicación y económicas hacia otras regiones; influencia de los medios de comunicación en la población local, el público de Estados Unidos y los socios multinacionales; apoyos logísticos, financieros y morales del enemigo.”
Los antropólogos-militares definen –con la ayuda del plagio ya denunciado– conceptos como sociedad, grupo étnico, tribu, redes, instituciones, roles y estatus, estructura y normas sociales, cultura, identidad, sistema de creencias, valores, actitudes y percepciones, lenguaje, poder y autoridad, fuerza coercitiva, capital social, participación política, entre otros. Todo ello para conocer lo que realmente interesa a los militares: los insurgentes, sus objetivos, motivaciones, apoyo o tolerancia de la población hacia ellos, sus capacidades y vulnerabilidades, formas de organización, líderes y personalidades claves, actividades y relaciones políticas, libertad de movimiento, sustentos logísticos, financieros y de inteligencia, nuevos reclutas, armamento y capacidades militares, entrenamiento, etcétera. Especial atención merece la estructura organizativa de los insurgentes: si es jerárquica o no, si los miembros están especializados, si los lideres ejercen un control centralizado, o se permite acción autónoma e iniciativa propia, si el movimiento opera independientemente, o tiene relaciones con otras redes y organizaciones, si los insurgentes le dan más peso a la acción política, o a la violenta.
También, cada dirigente es motivo de un escrutinio detallado: su papel en la organización, actividades conocidas y asociadas, historia personal y trayectoria, creencias, motivaciones e ideología, educación y entrenamiento, temperamento (“por ejemplo, cuidadoso, impulsivo, pensativo, o violento”), importancia en la organización, popularidad fuera de ella. En las sesiones de tortura en Irak, Afganistán, Guantánamo, y otros “oscuros rincones del planeta”, estas son sin duda algunas de las preguntas a los detenidos por las fuerzas de ocupación estadounidenses; también formarán parte de las materias que los mentores yanquis enseñaron a miembros de las fuerzas armadas mexicanas en los cursos de “combate al terrorismo” denunciados por La Jornada.
Asimismo, estrategias y tácticas de los rebeldes merecen especial cuidado: acciones conspirativas, militarismo, guerrilla urbana, guerra popular, emboscadas, incendios, bombas y explosivos, armas químicas, biológicas, radiológicas, o armas nucleares, manifestaciones, contrainteligencia de los insurgentes, ejecución de soplones, secuestros, toma de rehenes, infiltración y subversión, propaganda, ataques a instalaciones, sabotaje, entre otros. Se analizan todos los tipos de inteligencia: humana, operaciones militares, interrogatorio a detenidos y desertores, informes de asuntos civiles, operaciones psicológicas, de los oficiales del ejército y fuerzas policíacas del gobierno pelele, contratistas, delaciones telefónicas anónimas, periodistas, académicos, etcétera. También se obtiene información de inteligencia de rutinas de reconocimiento y vigilancia, sensores y cámaras, inteligencia espacial, análisis de archivos de propiedad, financieros, del contenido de celulares y computadoras.
Sería un error subestimar las capacidades y los alcances de este trabajo de inteligencia de los imperialistas estadounidenses, como pensar que son invencibles. También es importante que la comunidad de antropólogos en el ámbito latinoamericano se manifieste en contra de la utilización mercenaria de su disciplina.
Antropología de la contrainsurgencia y la ocupación neocolonial
“Human terrain team handbook” (2008), del militar Nathan Finney, es otro de los documentos importantes disponible en Wikileaks para analizar la utilización de la antropología en las campañas contrainsurgentes y en la ocupación neocolonial de países por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
El propósito fundamental de este manual es servir en la preparación y el trabajo de los equipos (human terrain teams, HTT) que actúan en las estructuras militares estadounidenses (regimientos, brigadas, divisiones, fuerzas combinadas, etcétera). Estos equipos están compuestos de cinco a nueve personas empleadas para apoyar a los comandantes en el terreno a partir de compensar sus deficiencias de conocimiento cultural del contexto en el que maniobran. Los equipos se conforman de la conjunción de soldados y de especialistas militares y académicos provistos por contratistas del Ejército, supuestamente con una sólida preparación en ciencias sociales.
La hipótesis rectora del manual es que:
“una condición fundamental de la guerra irregular y de las operaciones de contrainsurgencia es que el comandante y su estado mayor no pueden seguir limitando su atención a las materias tradicionales: misión, enemigo, terreno y condiciones meteorológicas, tropas amigas y apoyo disponibles, y tiempo. La población local del área de conflicto debe ser considerada un aspecto tan crítico como distintivo del diagnóstico del teatro de la guerra por parte del comandante… La dimensión humana es la esencia misma de la guerra irregular. Entender la cultura local y los factores políticos, sociales, económicos y religiosos es crucial para una contrainsurgencia y para operaciones de estabilidad exitosas, y últimamente, para el triunfo de la guerra contra el terror”.
Los aspectos clave de la misión de los equipos HTT son tres: 1) Investigación por medio de las ciencias sociales (utilización de métodos antropológicos y sociológicos clásicos como entrevistas abiertas y estructuradas, análisis de texto, encuestas y observación participante). 2) Recolección de información relevante para la unidad castrense y presentación de la misma en términos familiares a una audiencia militar. 3) Creación de un marco analítico cultural para la planeación, toma de decisiones y diagnósticos operativos.
El programa, en suma: “investigará, interpretará, archivará y proveerá información y conocimiento cultural para optimizar la efectividad operativa y armonizar las acciones en curso dentro del entorno cultural”. Con el falso supuesto de que el programa no forma parte del trabajo de inteligencia militar, el manual señala contradictoriamente que sus productos deben ser incorporados en el plan de operaciones de esta sección y que sus equipos deben estar presentes en todas las etapas del proceso de toma de decisiones militares.
Los equipos HTT de civiles y militares tienen un líder (comúnmente un oficial en activo o retirado), un científico social, un procesador de información y dos analistas. Según el manual, la composición óptima incluye al menos un miembro del equipo que hable la lengua de la zona, otro que sea experto en el país en cuestión, y otro que sea mujer, “para permitir que el equipo tenga acceso a 50 por ciento de la población frecuentemente subestimada en las operaciones militares”.
La naturaleza del programa, el papel y los objetivos de los equipos varían según sea la acción intervencionista de las fuerzas armadas estadounidenses, clasificada en el manual como “contrainsurgencia, construcción de naciones (nation building), ocupación, mantenimiento de la paz, operaciones cinéticas o una combinación de estos objetivos”. Comprendiendo el programa el espectro completo de sociedad y cultura, los equipos deben determinar cómo ganar el apoyo de la población local, mitigar su desconfianza y usar la extensa familiaridad con todos los aspectos de la sociedad para lograr esos objetivos.
Es significativo que los equipos HTT no cuenten con vehículos propios. Para realizar su investigación de campo utilizan el transporte y la protección de las secciones militares de las que forman parte. El manual menciona que los miembros de estos equipos portan “armas de autodefensa” (sic) solamente, esto es, andan armados, y requieren del apoyo logístico de la unidad militar para la que trabajan, incluyendo boletos, raciones, seguridad y espacios de trabajo” (que, por cierto, suelen ser dentro del sector de inteligencia).
Por su parte, el Informe final de la American Anthropological Association (AAA) fechado en octubre de 2009 –después de un exhaustivo análisis– señala que este programa es motivo de preocupación para la asociación, ya que cumpliendo funciones de investigación, es fuente, a su vez, del trabajo de inteligencia y lleva a cabo funciones tácticas de guerra de contrainsurgencia. Dada esta confusión, cualquier antropólogo trabajando en el programa tendrá dificultades para cumplir el Código Disciplinario de Ética. El programa está adscrito dentro del Departamento de Defensa en su rama de Inteligencia, y en Irak y Afganistán la información del programa forma parte del acervo de inteligencia militar.
La AAA concluye:
“Cuando la investigación etnográfica está determinada por misiones militares, no sujeta a revisión externa; cuando la recolección de información ocurre en un contexto de guerra, integrada a los objetivos de la contrainsurgencia, y con un potencial coercitivo –todos ellos factores característicos de los conceptos y la aplicación del programa–, no es posible que estos trabajos sean considerados como un ejercicio profesional legítimo de la antropología”.
Uno de los científicos sociales participantes en el programa en Irak señaló acertadamente: “No se puede hacer antropología a punta de pistola”.
La Guía cultural de las fuerzas especiales de Estados Unidos
Por medio del excelente artículo del antropólogo David Price: “Anthropologies: the Army’s take on culture”. (AnthroNow 3/8/10: 57-63), fue posible dar lectura a un documento recientemente filtrado por el ejército de Estados Unidos, Special forces advisor guide (Guía para el asesor de las fuerzas especiales) que refleja, por un lado, los alcances de dominio global injerencista de ese país “operando” en la guerra sucia –versión Obama– ya en 75 naciones y, por el otro, la renovada influencia de conceptos y conocimientos antropológicos –previamente adecuados y depurados a las mentalidades castrenses– como un instrumento más al servicio del complejo militar imperialista. Con toda razón, Price considera la Guía…, sarcásticamente y parafraseando a Emily Post, como “un manual de etiqueta de la contrainsurgencia” que, ¡oh sorpresa,¡ “advierte al personal militar de que el mundo entero no es como Estados Unidos”.
Al igual que sus colegas de la academia estadounidense que han denunciado la implicación de antropólogos –encabezados por Montgomery McFate– como accesorios útiles, o mercenarios intelectuales, en todas las unidades de combate de las guerras de ocupación neocolonial en Iraq y Afganistán, Price señala que el principal propósito de la Guía… es instruir a los militares para interactuar mejor con otras culturas como asesores, ocupantes o visitantes. El documento está elaborado, asimismo, para evitar el shock cultural de frágiles “boinas verdes”, quienes paradójicamente tienen el lema “De oppreso liber” (“Para liberar a los oprimidos”), y que han sido denunciados por más de medio siglo por practicar y enseñar técnicas de tortura, asesinatos selectivos de prisioneros y combatientes, contribuir en la matanzas de indígenas, entrenar grupos paramilitares, etcétera, en los países llamados eufemísticamente “naciones huéspedes”; esto es, regímenes represivos en los que prestan sus servicios estos singulares “asesores”.
Price especifica que la Guía… se basa en la ya antigua, criticada y superada corriente antropológica denominada “cultura y personalidad”, que tuvo mucha influencia en los años de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, cuando antropólogos como Ruth Benedict y Margaret Mead se involucraron en estudios de “carácter nacional” para contribuir a los esfuerzos bélicos de su país, reduciendo la complejidad de naciones a rasgos simplificados y seudopsicológicos, que ignoraban las variantes significativas entre individuos y sociedades.
La Guía… se fundamenta también en el modelo de orientación de valores creado por el antropólogo Florence Kluckhohn y el psicólogo Fred Strodtbeck en los años 50 del siglo XX y basado en acartonadas representaciones de estereotipos regionales culturales, a partir de un supuesto núcleo básico de valores. Así, la compleja y heterogénea realidad étnica, lingüística y cultural del mundo se reduce en dicho documento a siete regiones culturales: “Norteamérica y Europa (incluyendo Australia y Nueva Zelanda), Asia suroeste y norte de África, América Central y Sudamérica (incluyendo México), África subsahariana, el borde del Pacífico (excluyendo las Américas), Rusia y las repúblicas independientes, y Oceanía (las islas del Pacífico)”.
La hipótesis de Price es que los militares adoptan modelos culturales inadecuados y criticados por la academia debido a que éstos hacen eco confortablemente de sus propias visiones del mundo.
“Desde la Segunda Guerra Mundial –afirma Price– observamos que los militares tienden a ignorar la investigación de la academia independiente en favor de perspectivas racialmente esencializadas ad hoc, tales como el modelo de orientación de valores de Kluckhohn (…) Los militares reconocen sus limitaciones en la comprensión antropológica de la cultura, pero sus propias reticencias, incluyendo su predilección de apoyar misiones neocoloniales, dificultan su habilidad para incorporar análisis antropológicos rigurosos”.
No obstante, poco importaría si los militares adoptaran los más acuciosos marcos conceptuales de la antropología, en lugar del reduccionismo psicológico, pletórico de estereotipos etnocéntricos que se encuentran en toda la extensión de la Guía…, ya que la finalidad de Estados Unidos y sus fuerzas armadas como potencia hegemónica de los países imperialistas sería exactamente la misma: proteger sus intereses geoestratégicos y los de sus corporaciones trasnacionales por medio de la intervención militar, policiaca y de inteligencia permanente en todas las regiones del mundo; apoyar a dictadores o gobernantes afines, formar contrapartes golpistas en sus escuelas de contrainsurgencia, continuar especializando a los ejércitos nacionales como fuerzas de ocupación a su servicio y en el control de insurgencias y disidencias de todo tipo; torturar, desaparecer, secuestrar, ejecutar, infiltrar, cooptar en operaciones transculturales de terrorismo global de Estado llevadas a cabo por los rambos de las fuerzas especiales que chapucean palabras de cortesía en español o árabe, mientras el esperanto de sus picotas cercena cuerpos y sus armas de destrucción universal aniquilan pueblos enteros.
El mensaje básico y crudo de la Guía… no requiere de interpretaciones antropológicas:
“Los asesores (de las fuerzas especiales) deben tener en mente que su principal objetivo es seguir la política de Estados Unidos (…) las mayores responsabilidades incluyen el área de defensa, la contrainsurgencia, la procuración y el empleo del apoyo de Estados Unidos (…) mantener relación con la policía y con las agencias de inteligencia responsables de la contra subversión (…) Asistir en el establecimiento de un adecuado programa de seguridad para salvaguarda contra la subversión, el espionaje y el sabotaje”.
Por cierto, México corresponde al “área de responsabilidad” compartida entre el 7 y el 20 grupos de fuerzas especiales en servicio activo (SFG), listos para liberar a los oprimidos mexicanos.
Manual de campo de las fuerza especiales número 31-20-3
A través de Wikileaks tuve acceso al Manual de campo 31-20-3, tácticas, técnicas y procedimientos de defensa interna para las Fuerzas Especiales en el extranjero, que es el tercero de una serie que produce el Departamento de Defensa de Estados Unidos para instruir y guiar a su soldadesca en las tareas injerencistas y represivas en el ámbito mundial, bajo la cobertura propagandística de ayudar a otros gobiernos a liberar y proteger a sus sociedades de la subversión, el desorden y la insurgencia. ¿¡Qué sería de nosotros si los buenos muchachos del Tío Sam no estuvieran listos para salvarnos del caos!?
Como se recordará, los intelectuales del Pentágono inventaron una entelequia eufemística-política-ideológica a la que denominan “nación-huésped”, esto es, gobiernos obsecuentes a Estados Unidos que enfrentan situaciones desestabilizadoras de variado tipo, pero sobre todo insurgencias armadas y movimientos sociales que cuentan con apoyo popular, ante las cuales recurren al desinteresado auxilio contrainsurgente de los rambos de las fuerzas especiales.
Así, el Manual de campo señala que: Una premisa básica de nuestra política exterior es que la seguridad de Estados Unidos, sus instituciones y valores fundamentales (léase: capitalismo) serán mejor preservados y fortalecidos como parte de una comunidad de naciones realmente libres e independientes (léase: sujetas a la órbita imperial). A este respecto, Estados Unidos se esfuerza por alentar a otros países para cumplir su parte en la preservación de esta libertad e independencia (léase: régimen autoritario y renuncia a la soberanía). El objetivo es apoyar los intereses estadounidenses a través de un esfuerzo común (más claro ni el agua). Donde intereses nacionales estadounidenses están involucrados (léase: corporaciones, petróleo, territorios geoestratégicos), Estados Unidos proveerá asistencia militar y económica para complementar los esfuerzos de dichos gobiernos (léase: para mantener el orden establecido). En suma, el propósito político del manual es la defensa de los intereses del imperialismo estadounidense por medio del asesoramiento y entrenamiento contrainsurgente de tropas de cipayos de la nación huésped.
A partir de esta proposición esencial, el manual cubre al detalle todas las facetas de la guerra contrainsurgente, monitoreada por los militares estadounidenses: las actividades previas a la misión intervencionista, los análisis preliminares, los permisos para el entrenamiento, el despliegue en la nación huésped, los programas de instrucción de las tropas, las operaciones tácticas, el control de las poblaciones, las operaciones conjuntas, las actividades posteriores a la misión, así como anexos que van desde consideraciones legales (sic), operaciones de inteligencia, fuerzas de autodefensa civil (paramilitares), establecimiento de bases, técnica de minas, etcétera.
Como en otros manuales comentados, este texto da importancia al barniz culturalista que los colegas antropólogos dedicados a la contrainsurgencia han aconsejado a los militares. Esto incluye una especie de manual de urbanidad con las reglas elementales de etiqueta y buen comportamiento para que los nativos no se sientan disminuidos, manipulados o discriminados por los asesores gringos, súbitamente transformados en políglotas, corteses, cuidadosos del multiculturalismo, las diferencias de género, y guardianes de las leyes y los hábitos democráticos que han aprendido recientemente en Irak o Afganistán, con el precio menor que esta educación ha costado en países destruidos y terroristas ejecutados, torturados, desaparecidos o mantenidos en prisión.
El manual no descuida el papel de la prensa y los medios de comunicación masivos en los esfuerzos contrainsurgentes, entre ellos, por supuesto, el Servicio de Información de Estados Unidos (USIA), al cual se le asigna la tarea de influir en la opinión pública de otras naciones en favor de los objetivos ya señalados de la política exterior de su gobierno, publicitando sus acciones, haciendo contra propaganda a las opiniones hostiles a Estados Unidos, coordinando las operaciones psicológicas abiertas bajo la guía del Departamento de Estado.
Otro aspecto a destacar del manual es la importancia que otorga al reclutamiento e integración de fuerzas paramilitares o irregulares como parte integral de la batalla contrainsurgente, componente clandestino que hemos denunciado en diversas ocasiones para el caso mexicano, que continúa teniendo un estratégico papel ahora con la acción de grupos del narcotráfico actuando como paramilitares.
También, el manual es muy claro en cuanto el involucramiento directo de fuerzas de combate estadounidenses, si la situación del gobierno de la nación huésped se deteriora a tal punto que los intereses vitales de Estados Unidos se vean en peligro y para hacer un decisivo cambio en el conflicto, el cual puede ser no sólo de naturaleza contrainsurgente sino también provocado por el narcotráfico. Este aspecto debe tomarse muy en serio para un análisis más responsable de la situación mexicana.
La acción de escuadrones de la muerte o grupos de matones es aprobada en el texto comentado, e incluso descrita con precisión y cinismo:
“Cazar-matar. Las fuerzas amigas pueden usar esta técnica (sic) en operaciones de consolidación… Ellas usan esta técnica de cazar y destruir enemigos aislados. El equipo de cazar-matar consiste en dos secciones: los cazadores y los asesinos. Los cazadores deben estar ligeramente equipados y altamente móviles. Su misión es localizar a las fuerzas enemigas mientras mantienen una comunicación constante con los ejecutores, quienes están alertas y listos para entrar en acción. Cuando los cazadores hacen contacto, éstos notifican a los asesinos.”
No cabe duda, los caminos de la “democracia a la estadounidense” son tenebrosos y fatales.
Recordemos que el Manual de Campo 31-20-3, Tácticas, técnicas y procedimientos de defensa interna para las fuerzas especiales en el extranjero, parte de la premisa subyacente de que Estados Unidos tiene una misión que cumplir en el ámbito mundial, que es la salvaguarda de los intereses de ese país frente a las amenazas consideradas de “menor escala” –que las relacionadas con la confrontación Este-Oeste–, como el terrorismo, la subversión, la insurgencia y el tráfico de drogas.
Esta tarea planetaria, heredada de las nociones del “Destino Manifiesto” que otorgan a ese pueblo escogido por la Providencia el derecho de expandirse fuera de sus fronteras, supuestamente en nombre de la libertad y la democracia, hace necesaria la elaboración de incontables manuales destinados al aprendizaje de sus fuerzas especiales para conducir la guerra contrainsurgente a cualquier oscuro rincón del mundo (Bush dixit) donde “el desorden interno sea de tal naturaleza que constituya una amenaza significante a los intereses nacionales de Estados Unidos”.
El manual no se distingue por la profundidad del análisis histórico, sociológico o político, el cual es sustituido por maniqueos recetarios que pretenden pasar por científicos y que conforman, en realidad, un conjunto de categorías clasificatorias de orden práctico que guíen la acción de sus fuerzas armadas. Así, se define a la insurgencia como “un movimiento organizado con el propósito de derrocar un gobierno constituido a través del uso de la subversión y el conflicto armado”. Los politólogos-sociólogos al servicio de la guerra contrainsurgente concluyen sesudamente que hay siete elementos comunes a toda insurgencia: “liderazgo, ideología, objetivos, ambiente y geografía, fases y tiempos (del desarrollo del movimiento), apoyo externo, y patrones operativos y organizativos”. También, se sostiene que hay tres estrategias generales de la insurgencia: el foco o foquismo, la orientada hacia las masas y la tradicional, clasificando a la insurgencia “liderada por Castro y el Che Guevara” en la primera, Vietnam en la segunda, y la rebelión de los huk en Filipinas, en la tercera.
Aprendiendo de sus derrotas militares –como la sufrida en Vietnam–, que por cierto nunca son mencionadas como tales en los manuales estudiados, se insiste en que la misión primordial de las fuerzas especiales en la defensa extranjera externa es organizar, entrenar, aconsejar y desarrollar la capacidad táctica y técnica de las fuerzas militares de la llamada “nación huésped”, de tal manera que éstas puedan derrotar a la insurgencia “sin el involucramiento directo de Estados Unidos.” Esto es, se pretende que los costos humanos, materiales y todo el impacto de la guerra los pague la “nación huésped” y que los ejércitos de nuestros países cumplan con las directrices represivas de Estados Unidos en contra de toda la gama de los movimientos sociales que siempre pueden ser considerados como accesorios o cómplices de los insurgentes. La “guerra contra el narcotráfico” en México, por ejemplo, que contabiliza en cinco años más de 50 mil muertos, miles de desaparecidos y una agresión permanente contra los movimientos populares, ha sido impuesta por Estados Unidos y llevada a cabo por Calderón, presidente espurio de la “nación huésped”, sin que ese país sufra en lo más mínimo las consecuencias de la misma.
El manual especifica que la “nación huésped” siempre puede obtener equipo de Estados Unidos para enfrentar la amenaza interna a su seguridad causada por individuos sin ley, como los narcotraficantes, que en el caso mexicano se plasma en la Iniciativa Mérida. Lo que no se informa en el documento es que el gobierno de ese país también suministra armas a los propios “individuos sin ley”, e incluso lava el dinero de sus operaciones criminales, como se ha venido documentando en nuestro periódico, porque la guerra es instrumental a la estrategia estadounidense de tomar el control de la “nación huésped”.
Coalición es otro de los eufemismos que el manual adopta para encubrir mediáticamente las incursiones neocoloniales de Estados Unidos y sus aliados europeos, como las llevadas a cabo en Irak y Afganistán. Hacer realidad el apoyo a estas coaliciones es una tarea adicional a ser estudiada por las fuerzas especiales estadounidenses, para lo cual se considera muy importante una comprensión profunda del área (a ser invadida) y de la gente que ahí viva, “orientación regional, conciencia cultural y habilidades en el manejo de otras lenguas, son necesarias para cumplir exitosamente la misión”.
El manual cuenta con un apéndice sobre consideraciones legales que especifican que las operaciones de las fuerzas especiales deberán ser conducidas de acuerdo con las leyes internacionales y las que rigen en territorio estadounidense. Se mencionan específicamente las cuatro Convenciones de Ginebra de 1949, que proveen la fuente primaria de derechos y obligaciones de las personas involucradas en conflictos internos, o no internacionales, que demandan un trato humanitario a los prisioneros, heridos y enfermos, y que prohíben el uso de la violencia en cualquiera de sus formas, en particular, el asesinato, la mutilación, la tortura, los tratos crueles y degradantes, la toma de rehenes, las ejecuciones extrajudiciales y los juicios sin el debido proceso. Estos exhortos resultan retóricos y profundamente contradictorios con las realidades de crasas violaciones a los derechos mencionados en las innumerables guerras contrainsurgentes y operaciones encubiertas llevadas a cabo en el mundo entero por las fuerzas armadas estadounidenses. Además, el apéndice recomienda la búsqueda de un acuerdo internacional que garantice la inmunidad diplomática para sus tropas en los países donde están “estacionadas”. Esto es, impunidad total para el ejercicio efectivo del terrorismo global de Estado.
La futurología de los estrategas estadounidenses
Los estrategas militares y de espionaje de Estados Unidos tienen una adición a la futurología que se manifiesta en su propensión a imaginar, acorde supuestamente a las realidades actuales, como será “su” mundo en el año 2030, por ejemplo. Recordemos las predicciones de los informes llamados “Tendencias Globales” que producen los “tanques pensantes” a sueldo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y sus múltiples organismos asociados, que constituyen materiales de lectura obligada para la “batalla de las ideas”, ya que en ellos se reflejan las peculiares perspectivas, temores, fobias, racismos, amenazas, sicopatías y, sobre todo, los intereses e ideologías imperialistas de sus autores. David Brooks informó sobre el último de estos escritos en nuestro periódico La Jornada, destacando la proyección del colapso “rápido y repentino” de México, “Estado débil y fracasado”, como uno de los mayores peligros mundiales a futuro (La Jornada, 16 de enero).
Se trata de un texto de 51 páginas elaborado por el Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos con el título de JOE 2008 (Junta Operativa Ambiental). El propósito del estudio es informar del desarrollo conjunto de conceptos y experimentación a través del Departamento de Defensa y proveer una perspectiva sobre tendencias, reacciones, contextos, e implicaciones hacia el futuro a comandantes de la fuerza conjunta y otros líderes y profesionales en el campo de la seguridad nacional.
En su breve prólogo, el general del Cuerpo de Marines y comandante del Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos, J. N. Mattis, enfatiza que nadie tiene una bola de cristal pero “si no tratamos de avizorar el futuro, no hay duda de que nos sorprenderán desprevenidos en los momentos en que nos esforzamos para proteger este experimento en democracia que llamamos América (sic).” Por ello, JOE 2008 es “nuestro esfuerzo por mirar más allá, informado históricamente, para discernir lo mas acertadamente los retos que enfrentaremos en el nivel operativo de la guerra, y para determinar sus implicaciones inherentes.”
El texto cuenta, además de una introducción, de seis partes: I.- Las constantes. II.- Las tendencias que influyen la seguridad del mundo. III.- El mundo en su contexto. IV.- Las implicaciones para la Fuerza Conjunta. V.- Algunas cuestiones de fondo. VI.- Pensamientos conclusivos. El informe, como la gran mayoría de los manuales de contrainsurgencia y otros escritos de militares estadounidenses, cuanta con epígrafes para el inicio de cada sección –generalmente de filósofos chinos o griegos— que sintetizan alguna de las ideas fuerza y pretenden demostrar que además de matones profesionales al servicio de su país y el capitalismo, los autores han pasado por alguna universidad, o siguen al menos las reglas esnobistas de la academia.
La introducción deja claro que para los militares estadounidenses lo más predecible del futuro cercano es el conflicto bélico: “La guerra ha sido el principal impulsor del cambio a lo largo de la historia y no hay razón para creer que el futuro será diferente en este aspecto. No cambiará la naturaleza fundamental de la guerra. La guerra continuará primariamente como un esfuerzo humano.” Con este marco de referencia sobre el significado “progresista” de la guerra, el documento examina tres interrogantes: 1.- ¿Que tendencias y disrupciones futuras serán las que más afecten a las Fuerzas Conjuntas? 2.- ¿Cómo estas tendencias y disrupciones podrían definir los contextos futuros para operaciones conjuntas? 3.- ¿Cuáles son las implicaciones de estas tendencias y contextos para las Fuerzas Conjuntas? Explorando estas tendencias, contextos e implicaciones, el texto provee las bases para pensar el mundo en los próximos 25 años.
Ya que los estrategas consideran que la guerra forma parte esencial de la naturaleza humana, la mejor forma de entender ésta es a partir de una cercana consideración de la historia. Así, la discusión inicia con el argumento acerca de la naturaleza de la guerra, las causas y consecuencias del cambio y las sorpresas, y el papel de la estrategia. La segunda parte describe algunas tendencias, discontinuidades y puntos potenciales de conflicto que las Fuerzas Conjuntas pueden enfrentar. La parte tercera analiza cómo estas tendencias y rupturas se combinan en contextos que podrían definir las operaciones conjuntas para los próximos 25 años. La cuarta parte describe las implicaciones de estos contextos que las Fuerzas Conjuntas confrontarán en el futuro incierto y sugiere la creación de una fuerza que pueda estar preparada para los retos que estos contextos presentarán. La parte quinta expone preguntas claves acerca de temas que pueden caer fuera del enfoque tradicional de este estudio, pero que sin embargo tienen importantes implicaciones para el futuro de las Fuerzas Conjuntas.
El informe-predicción sostiene la idea de que en muchas partes del planeta “existen actores no racionales, al menos en nuestros términos”. De hecho los militares dividen el mundo entre los que usan la razón (ellos, los estadounidenses) y quienes son presa de la pasión y se mantienen “fuera de los límites de las convenciones del mundo desarrollado”: los del “machete” y atacantes suicidas, los que están “ansiosos de morir”. “La tensión entre cálculos de poder de política racional, en una parte, y las ideologías seculares o religiosas, en la otra, combinadas con el impacto de la pasión y el azar, hacen de la trayectoria de un conflicto dificultoso sino imposible de predecir…En un mundo donde las pasiones dominan, la utilización de una estrategia racional viene a ser extraordinariamente difícil.” ¡La ardua carga del hombre blanco!
No podía faltar en el documento recientemente hecho público JOE 2008 (Junta Operativa Ambiental) del Comando Conjunto de Estados Unidos la perspectiva imperialista sostenida por los estrategas militares y políticos de ese país. A lo largo del texto no existe la menor duda de que sus fuerzas militares tienen en todo momento el derecho a intervenir en cualquier parte del mundo. Reiteran que “América (sic) retiene el poder de la ‘intimidación y de inspiración’. Continuaremos jugando (los militares) un papel principal en la protección de los valores que se originaron en la sabiduría y visión de nuestros arquitectos nacionales originales…Continuará la existencia de oponentes que tratarán de destruir la estabilidad política y negar el acceso libre a las comodidades globales de la economía del mundo. En este contexto, la presencia, alcance y capacidad de las fuerzas militares de Estados Unidos, con aliados de mentalidad similar, continuarán siendo llamadas a proteger nuestros intereses nacionales.”
Así, no existen límites para la acción militar estadounidense ni dudas acerca de las guerras convencionales y contrainsurgentes a emprender: “Como la discusión de tendencias y contextos analizados sugiere, el papel y las misiones de las Fuerzas Conjuntas incluirá la protección de la patria, el mantenimiento de las comodidades globales, la contención de enemigos potenciales y, cuando sea necesario, luchar y ganar conflictos que pueden ocurrir en el mundo…Entre ahora y los años de la década de 2030, las fuerzas militares de Estados Unidos se encontrarán casi con certeza comprometidas en combates. Esta participación puede ser en la forma de conflictos regulares mayores, o en una serie de guerras contra las insurgencias.”
Muy avanzado el documento, se especifica que el primer conjunto de problemas para el “compromiso mundial” de las fuerzas militares de Estados Unidos será logístico; “asociado con trasladar tropas a grandes distancias y suplirlas con combustible, municiones, partes para reparaciones, y sustento…La habilidad para hacerse de bases por la fuerza desde el mar o el aire puede ser el movimiento inicial critico de una campaña”.
Para mayor preocupación sobre los destinos de la humanidad, los estrategas militares piensan lo impensable: “ataques a intereses vitales de Estados Unidos por adversarios implacables que se rehúsen a la disuasión, podría involucrar el uso de armas nucleares u otras Armas de Destrucción Masiva.” Aquí cabe señalar que ningún otro país ha utilizado las armas atómicas, a excepción de Estados Unidos en 1945 en su guerra contra Japón, lo cual torna más amenazante esta mentalidad castrense.
Los militares estadounidenses otorgan una gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la información como arma estratégica y política: “las guerras modernas tienen lugar en espacios más allá de simplemente los elementos físicos del campo de batalla. Uno de los más importantes son los medios, en los cuales “la batalla de la narrativa” ocurrirá. Ya nuestros enemigos han reconocido que la percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo…Al final del día, la percepción de que ocurrió importa más, que lo que pasó realmente. Dominar la narrativa de cualquier operación, ya sea militar o de otro tipo, paga enormes dividendos. Fracasos en este terreno, mina el apoyo para nuestras políticas y operaciones, y actualmente pueden dañar la reputación del país y su posición en el mundo.” Estas consideraciones explican, por ejemplo, los estrictos controles y prohibiciones para que medios independientes hagan su trabajo en Irak, Afganistán y ahora en la franja de Gaza, donde Israel ha puesto barreras a los medios para intentar ocultar el genocidio del pueblo palestino. A pesar de ello, la “narrativa” de lo que realmente ocurre en Irak, Afganistán o Palestina, por sus dimensiones dantescas y la perseverancia del periodismo comprometido, ha logrado traspasar las censuras castrenses y el trabajo diario de millares de comunicadores “incrustados” que hacen eco de las perspectivas imperialistas.
El informe JOE 2008 (Junta Operativa Ambiental) identifica a China como un competidor potencial militar en el futuro y “la más seria amenaza para los Estados Unidos, porque los chinos pueden entender a América (sic), sus fortalezas y debilidades, mucho mejor que los americanos (sic) entienden a los chinos. De Rusia, los estrategas critican que sus dirigentes han optado por maximizar el excedente energético, sin hacer inversiones de fondo que incrementen la producción de petróleo y gas a largo plazo; también ubican el potencial explosivo de conflictividad interna en el Cáucaso y en Asia Central, sus problemas demográficos y la “combinación peligrosa de paranoia –algo justificada considerando la historia de Rusia—nacionalismo, y amargura por la pérdida de lo que muchos rusos consideran como su derecho a un lugar como potencia mundial.” No obstante, “con su vasto e incrementado arsenal nuclear, Rusia se mantiene como una potencia en términos nucleares, a pesar de sus dificultades políticas y demográficas.”
Los militares estadounidenses observan con preocupación los sostenidos conflictos entre India y Pakistán por Cachemira y otras áreas en disputa, tomado en cuenta que ambos países tienen capacidades nucleares. Para el caso de Europa, el informe sólo le dedica cuatro párrafos, en los cuales reconoce su desarrollo económico, analiza su potencial militar y su compromiso con el Tratado del Atlántico del Norte, así como sus posibilidades para una más activa participación militar fuera de la geografía europea. Paradójicamente, y esto lo más notable del Informe, los estrategas estadounidenses no previeron la crisis económica que estaba en su narices.
Las guerras justas de Obama
A propósito de la evocación de Barack Obama del concepto de “guerra justa” al momento de recibir el inmerecido y desprestigiado Premio Nobel de la Paz, es necesario recordar a V. I. Lenin en su análisis de la primera guerra mundial1 en el que establece algunos criterios generales para el estudio del conflicto bélico: a).- condena las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz; b).- establece que cada guerra deberá estudiarse en su contexto y particularidad histórica; c).- distingue el lazo inevitable que une a las guerras con la lucha de clases en el interior de cada país; d).- reconoce la legitimidad, el carácter progresista y la necesidad de las guerras civiles que libran los oprimidos contra sus opresores, que más bien se adscriben en el derecho de los pueblos a la rebelión, la revolución y la resistencia; e).- emplea el término de “guerra justa”, que según él fue una expresión introducida por W. Liebknecht, cuando se refiere a las guerras de liberación nacional, o por la “defensa de la patria” sólo en el caso de Estados oprimidos, dependientes, menoscabados en sus derechos, que resisten a las grandes potencias opresoras, esclavistas y expoliadoras; y f).- denuncia que las burguesías en sus guerras imperialistas manipulan los conceptos de “guerra defensiva”, “defensa de la patria” o “guerra justa”, para encubrir sus reales objetivos de repartirse el mundo y sojuzgar otras naciones.
Estados Unidos surgió como nación a partir de una guerra anti-colonial contra el dominio de la Corona Británica. A partir de este acontecimiento de singular importancia histórica, todas las guerras en las que ha participado este país, hasta la segunda guerra mundial, y después de ella, no han tenido la menor legitimidad: la guerra de exterminio y reducción de los pueblos indios que ocupaban el inmenso territorio despojado y expropiado a sus dueños originales; la guerra de 1812 contra Inglaterra, que fue un intento fracasado de anexión del territorio de Canadá a la Unión Americana; la guerra de conquista territorial (1845-1848) contra la joven república de México que logró la anexión de más de la mitad de su territorio buscada afanosamente por los “padres fundadores”; la guerra civil que determinó el rumbo industrial-capitalista de la explotación de las clases y pueblos oprimidos al interior de la nación; la guerra neocolonial contra España en 1898 en la que consiguió apoderarse de algunas de sus posesiones territoriales; de la cual derivó también la sangrienta guerra de ocupación contrainsurgente estadounidense en Filipinas de 1889-1913; la guerra imperialista (1914-1918) en que Estados Unidos incursiona por primera vez en Europa en la etapa final del conflicto; las numerosas intervenciones bélicas abiertas y encubiertas en América Latina como poder imperialista (en donde Sandino consiguió la primera derrota militar de Estados Unidos en la región utilizando la guerra de guerrillas); la guerra de Corea y Vietnam para contener la revolución socialista en esos países, por recordar algunos de los eventos más importantes.
Incluso, la participación de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, se llevó a cabo con la perspectiva de minar al máximo a la Unión Soviética, contener el avance de los comunistas en Europa, y establecer finalmente sus dominios imperiales en el ámbito mundial después de la derrota del eje Alemania-Japón-Italia.
Es necesario señalar la responsabilidad manifiesta de Estados Unidos, Inglaterra y Francia en el estallido de esta guerra, al estimular y permitir el rearme de Alemania, al solapar el crecimiento vertiginoso de sus fuerzas armadas y al invocar neutralidad frente a las agresiones fascistas en Etiopía en 1935, a España en 1936, a Austria y Checoslovaquia en 1938 y a Polonia en 1939. El anti-sovietismo y el anti-comunismo estuvieron presentes a lo largo de la contienda bélica y fueron un factor subyacente en la singular conducción de la guerra por parte de los aliados occidentales de la Coalición anti hitleriana. El retraso en la apertura del Segundo Frente hasta el año 1944, cuando ya el curso de la guerra se había definido en el frente soviético, y la sistemática política de las “acciones pequeñas”, tenían por objeto lograr el desgaste e incluso la eventual derrota de la URSS. Durante el inicio y el desarrollo de la guerra, las clases trabajadoras integran la resistencia antifascista, esto es, la participación activa de los pueblos en la resistencia nacional y el peso de la Unión Soviética en la contienda, van cambiando la naturaleza misma de la guerra: de imperialista se transforma en una guerra popular, antifascista, cobrando de este modo el carácter de una guerra justa y necesaria hasta la derrota el eje nazi-fascista.
El “patriotismo estadounidense” se ha nutrido de una historia de genocidios, etnocidios, despojos y conquistas territoriales; se fundamenta en las nociones etnocéntricas y racistas de “pueblo escogido” por “la providencia” para expandir su dominio sobre el continente, en su primera etapa, y después en el mundo entero; en el “destino manifiesto” que dio forma ideológica al expansionismo territorial; en el intervencionismo permanente y sistemático sobre América Latina; en la conquista de territorios más allá de sus fronteras continentales por la acción directa de sus marines. Su patriotismo implica la idea del “policía mundial” que vigila el cumplimiento de su ley y protege sus intereses y seguridad “nacionales” por encima de cualquier otro; se alimenta de los mitos de “salvadores del mundo” propalados por la propaganda cinematográfica; los incansables Rambos matando comunistas, y ahora “terroristas”, en nombre de la justicia, la democracia y la libertad.
Otorgar el Premio Nobel de la paz a un comandante en jefe de matones y psicópatas es grotesco e inconcebible y no tiene justificación alguna. Obama ha incrementado el número de tropas en Afganistán, ampliado su intervención en Pakistán, amenazado a Irán y sofisticado la guerra de ocupación en Iraq ahora con la profundización de la ayuda de antropólogos mercenarios que indican las rutas culturales para romper las redes de la resistencia y comprar a iraquíes que maten a iraquíes; ha apoyado el golpe militar en Honduras con malicia e hipocresía; ha sostenido el bloqueo contra el pueblo y el gobierno de Cuba; ha continuado con la ocupación de Colombia a través de bases militares que amenazan a Venezuela y a Bolivia; todo ello, justificado por el derecho a llevar a todos los confines del mundo “la guerra justa y necesaria”… para las corporaciones capitalistas de Estados Unidos.
Fuente: La Haine
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