El ascenso de los índices criminales derivados de la lucha contra el narcotráfico y la percepción de que el gobierno federal la está perdiendo ha provocado que algunas voces sean partidarias de soluciones radicales, sobre todo en ciudades como Nuevo Laredo, Ciudad Juárez, Monterrey, Culiacán o Tijuana. Implantar “toques de queda” o permitir la presencia armada de policías estadounidenses son algunas de estas propuestas desesperadas.
Cada vez es más común escuchar frases como: “tiene qué venir alguien a poner orden”; “a ellos (a los gringos) sí les tienen miedo los narcos”; “si nuestros policías y militares son corruptos, tenemos que traer a quienes no lo son”; “mano dura, con la DEA y la Guardia Civil patrullando las calles y verás cómo se endereza la situación de un día para otro”.
Incluso voces académicas, como la de Rubén Aguilar y Jorge Castañeda, acuden al argumento de que la cooperación México-Estados Unidos debe contemplar operaciones conjuntas, excepcionales, en situaciones y circunstancias determinadas, dentro de territorio nacional.
Todo eso suena, en efecto, contundente y radical, pero pudiera ser sólo una ilusión. Me explico.
Además de las consideraciones simbólicas, políticas y de soberanía que supone que una policía foránea venga a hacer el trabajo que los mexicanos no hemos podido hacer, y que metería mucho ruido en el debate nacional, están también consideraciones más pragmáticas. Entre ellas, el análisis de si en realidad los “marines” estadounidenses son tan poderosos en capacidad de fuego y estrategia como presumen, y si son tan incorruptibles como aparecen en las películas de Hollywood.
Hay que partir de una evidencia: el fracaso de las policías y agencias antinarcóticos de toda la Unión Americana, que no han sido capaces de abatir los niveles de consumo de estupefacientes, el cual crece exponencialmente y estimula este enorme mercado de adictos que es el origen del circuito económico de la droga.
Tampoco han sido muy efectivos para detener el paso de drogas a su territorio. Le echan la culpa a los aduaneros mexicanos corruptos, pero la frontera siempre tiene dos revisiones: la mexicana y la americana. Podría entenderse que fallara una. ¿Y la otra? ¿Nunca se da cuenta de las toneladas de estupefacientes que pasan por sus narices?
Más todavía, al pasar la frontera la droga se pierde y fluye sin obstáculos por todo ese enorme territorio.
A la inversa. Las armas que entran ilegal y masivamente a México tampoco las ven del lado americano. Nunca. No se sabe de decomisos espectaculares. Eso sí, los corruptos somos nada más los mexicanos.
Recomiendo revisar las serie de reportajes publicados por el diario El Universal, entre los días 19 y 23 de octubre pasado, en el que se documentó la corrupción, negligencia e ineficacia de las autoridades de fronterizas de Estados Unidos.
Sobre el otro punto: la imbatibilidad del Ejército americano frente a criminales, terroristas y guerrilleros, la necia realidad demuestra que la enorme capacidad de fuego no es garantía de éxito. Afganistán, Irak y la enorme cantidad de soldados norteamericanos muertos en combate demuestran que la supremacía tecnológica no basta para superar enemigos en condiciones de combate irregular.
Los cárteles mexicanos tienen armas ultra poderosas (provistas por mercenarios de Estados Unidos), que los hacen un enemigo al que no se puede subestimar a priori.
Las soluciones de fondo siguen estando, entonces, por la vía del trabajo de inteligencia y por el saneamiento interno de nuestra fuerzas de seguridad. También reconocer que el problema es global, pues forma parte de una lógica de mercado (demanda-oferta) que hay que desmantelar en muchos países al mismo tiempo.
Ya no se puede pensar que sólo el uso de la fuerza acabará con el problema. Que los GI Joe vengan a Juárez o a Nuevo Laredo a matar narcos no solucionará el problema.
viernes, 30 de julio de 2010
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