La legalización de las drogas debe concebirse como un paso más en la lucha contra el tráfico de estupefacientes. No es la panacea, ni sustituye la acción del Ejército o las policías. Tampoco es la puerta a la perdición de niños y jóvenes que en lugar de golosinas podrían ir a la tienda de la esquina a comprar “churros” de mota y “tachas”.
A la par de las acciones militares y de inteligencia, urge trabajar en aquello a lo que se ha puesto poca atención y que mantiene intactos los imperios de los cárteles: desincentivar la actividad, romper los círculos de lavado de dinero y abatir el consumo. Todo esto de manera simultánea en cada uno de los países que comparten el problema.
Quitar la la prohibición a ciertas drogas cuyo consumo pueda ser medicinal, como la marihuana o la efedrina en ciertas dosis, mataría de golpe el incentivo ilegal de venderlas en un mercado negro multinacional. Se abarataría su costo. Si con eso se acaba con el 20 o 25% del narcotráfico, ya sería un avance.
No se ve, por el contrario, que la cocaína, el crack, las matenfetaminas y todas las drogas llamadas de diseño, producto de mezclas químicas que son letales para la salud entren en este paquete a debatir. No ha sucedido así en los países donde ya son legales algunos estupefacientes y alucinógenos: caso Holanda o Portugal, ni en las zonas de tolerancia de Vancouver, Canadá.
Tampoco serviría de mucho que México legalizara algunos de estos productos de manera unilateral, pues el mayor consumo no está aquí, sino pasando la frontera norte, donde la demanda de drogas es la mayor del mundo.
Si aquí se cayera el incentivo de vender esas drogas, de todos modos seguiría existiendo el mercado más jugoso para los narcotraficantes. Acaso volveríamos a ser un país de paso, para el ilegal trasiego, lo que no garantiza que los narcos no vayan a disputar con violencia las rutas de paso.
Por eso la estrategia tiene que ser multinacional y conjunta, para matar de un golpe la demanda de las drogas legalizadas. Si unos lo hacen y otros no, no se ganaría mucho.
El problema es que en los países del continente y sobre todo en Estado Unidos hay grandes resistencias a legalizar. Poderosos intereses ideológicos asumen que darle carácter legal a cualquier sustancia hoy considerada droga es abrir las puertas al libertinaje y la perdición. No admiten siquiera que hay resquicios para el debate.
Colombia y Panamá han dado señales de querer entrar al debate de la legalización. Cuando menos tres estados de la Unión Americana andan en eso, pero con grandes oposiciones.
Una vez más: el narcotráfico funciona con una lógica de mercado en un negocio de 50 mil millones de dólares anuales. Oferta y demanda. Hay que matar la demanda, y eso sólo se hace legalizando lo que sanitariamente se pueda, y trabajando en prevención y abatimiento de adicciones. Sin esto, podremos matar muchos Nachos Coroneles o Beltranes Leyva y no avanzar ni un centímetro en la solución real del problema.
viernes, 6 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario